lunes, 27 de mayo de 2024

Westphalen: "“La poesía y el arte son inútiles”

 




Westphalen, habitante del silencio*

Entrevista de Mito Tumi

 

Dos breves libros de poesía, publicados a los 22 y 24 años, respectivamente, bastaron para que Emilio Adolfo Westphalen obtuviera un lugar definitivo entre los grandes poetas de nuestra lengua. Contrariando este reconocimiento general, Westphalen abandonó tempranamente la escritura poética y se sumió en un largo y tenaz silencio que solo ha sido roto en ocasiones. Renunciando a las salvas y a la notoriedad pública que ciertamente merece, el poeta ha escogido ser un habitante del silencio y de un mundo ajeno a las estridencias. Acercarse a él no fue una tarea fácil, menos, convencerlo para una entrevista. Westphalen recalca que esas cosas no le gustan y se pregunta, extrañado, por el interés de la gente hacia él y su obra. Nos dice que ya lo han “exprimido” bastante en dos entrevistas anteriores y que tal vez ya no tenga nada más que agregar. Ante nuestra insistencia, acepta. Lo que sigue es un registro de esa conversación, y de los silencios del poeta y su renuencia a explayarse o hablar de ciertos temas, y de su cordial agresividad.

 

 

¿Por qué se refiere a las entrevistas como un interrogatorio o un hecho necesariamente compulsivo?

―Porque no me gustan estas cosas. Yo siempre he preferido el silencio, y ahora accedo a esta entrevista malgré moi, como dicen los franceses.

 

Lo que ocurre es que la gente que hace literatura o que le gusta la poesía siempre tiene ese deseo de acercarse y hablar con los poetas, de escuchar su palabra. Supongo que eso le pasó a usted con Eguren. ¿Cómo fue ese acercamiento?

―Yo fui con Martín Adán y Estuardo Núñez; ellos eran mis compañeros en el Colegio Alemán y ya habían visitado varias veces al poeta. Yo en esa época todavía no escribía poesía pero sí leía mucho y, además, admiraba a Eguren.

 

Los inicios

 

―¿Y su amistad con Martín Adán y Estuardo Núñez en su época escolar se inició a partir de sus afinidades literarias?

―No lo sé exactamente. Ese es el misterio de la amistad. El Colegio Alemán era muy pequeño y en esa época muchos alumnos escribían, aunque nunca se formaron grupos.

 

―¿Y en qué época comienza a escribir poesía?

―Cuando era un estudiante de Letras en San Marcos. Yo le mostré mis primeros poemas a Martín Adán y él fue muy generoso e indulgente con lo que yo había escrito. Pero no recuerdo más. He olvidado los detalles.

 

―Pero ¿cómo puede olvidar esos detalles que son importantes para cualquier poeta?

―Es que realmente uno nunca sabe cuáles son las cosas verdaderamente importantes.

―Usted escribió una vez que en el arte se trata de transmitir una emoción y no una idea. ¿Con eso estaría planteando que la poesía es una actividad basada en la inspiración y no un artificio o un producto rigurosamente elaborado, y la división del poeta como un chamán o un orfebre?

―Yo creo que el poeta no es chamán ni artesano exclusivamente, sino que debe tener de los dos. Para escribir poesía no basta la inspiración… hay que conocer ciertos principios básicos fundamentales y también hay que dominar el idioma. No basta la inspiración. La inspiración es muy vaga.

 

―En su poesía hay un raro equilibrio entre la libertad y el rigor formal producto del trabajo…

―No, el estilo no se trabaja, el estilo surge.

 

―Pero es producto de un trabajo constante…

―Yo diría que es como una planta que produce una flor. El poeta se alimenta de muchas cosas y tiene que escoger entre todas ellas.

 

―Usted ha contado que escribió en Amauta. ¿Cómo fue su acercamiento a Mariátegui?

―Fui con unos amigos. Mariátegui tenía una tertulia, yo diría que varias tertulias, una de ellas era literaria. Mariátegui era muy amable y muy amplio. No estaba ocupándose siempre del tema político. En ese ambiente seguramente me crucé con muchos escritores y con otros que no eran escritores. Ahí estaban siempre Martínez de la Torre, José Varallanos, Alberto Varallanos. Iban también sindicalistas como Portocarrero. Yo no tenía ninguna actividad política. Vinculaciones, sí, porque todo el mundo se conocía. Algunos años después, cuando fui, detenido, me acusaron de comunista.

 

―¿Cuánto tiempo estuvo detenido?

―Cinco semanas. Pero otra gente pasó meses en prisión. Fueron días muy duros. Primero estuve con los detenidos por delitos comunes, en una pocilga incómoda y sucia, sin luz. A las dos semanas me sacaron de ahí y me pusieron con los detenidos políticos. El hecho de estar encerrado en circunstancias tan duras crea cierta camaradería y solidaridad entre los detenidos. Ahí conocí al líder aprista Negreiros.

 

―¿Usted suscribiría esa frase de Vallejo: “El momento más grave de mi vida fue mi prisión en una cárcel del Perú”?

―No lo sé… la mía fue una experiencia dura y terrible, pero hay tantas experiencias duras en la vida…

 

Las Ínsulas extrañas

 

Usted escribió los poemas de Las ínsulas extrañas en 1931 y 1932. ¿Usted los escribió pensando en un libro con una estructura definida o fueron saliendo sin tener una idea global?

―Yo no escribo libros.

 

―Se lo decía porque también hay casos de poetas que se plantean un proyecto y lo ejecutan.

―Yo no soy de esos poetas. Yo me di cuenta que ya tenía un conjunto apreciable de poemas y los reuní en un libro. Las ínsulas extrañas fue hecho con un sistema de suscripciones por intermedio de don Enrique Bustamante y Ballivián, que tenía una imprenta. Yo mismo corregí y distribuí la edición de 150 ejemplares.

 

―¿No le pareció que era una tirada muy corta?

―Creo que 150 ejemplares es suficiente para la poesía. ¿Para qué más?

 

¿Y qué acogida tuvo el libro?

―Los comentarios los hicieron mis amigos, Vicente Azar, Carlos Cueto Fernandini, Luis Valle Goicochea. Esos comentarios no se hicieron en los diarios, sino en una revista que se llamaba Social.

 

Y luego, en 1934 y 1935, usted escribe los poemas de Abolición de la muerte.

―En esa época pasé por momentos difíciles. Estuve muy enfermo, casi medio año, con tifoidea. Estuve hospitalizado y allí tuve una experiencia muy extraña. La sala de la clínica daba al jardín y de pronto vi que venía una cabeza suspendida que se me acercaba. Yo me asusté. Imagino que estuve muy mal porque los médicos me mostraban siempre como un caso curioso. Cuando salí del hospital me sentía extraño porque había perdido contacto con el mundo exterior y todo me parecía muy distinto.

 

El surrealismo

 

―Esa alucinación se parece a un verso del libro que ya antes había publicado: “Una cabeza humana viene lenta desde el olvido”.

―Fíjese que nunca había pensado en eso. Eso pertenece al inconsciente y yo no sé nada del inconsciente.

 

―Es curioso que usted diga eso porque en su poesía está la huella surrealista.

―Sí, no lo niego, pero hay también otras huellas.

 

―Hay muchos críticos que sostienen que su poesía es netamente surrealista. ¿Usted comparte esa apreciación?

―Me han preguntado y exigido muchas veces esa definición que voy a tener que escribir algo para fijar mi posición. Yo reconozco la influencia surrealista en mi obra pero nunca me definí como surrealista. Tampoco creo en la escritura automática. Cuando escribí mis libros yo había leído el Segundo manifiesto del surrealismo, en la edición que tenía Eguren, y Nadja, de Bretón. Un poco antes de publicar Abolición de la muerte conocí a Moro, que regresaba del extranjero, quien me puso en contacto con otros libros de esa corriente, pero los poemas de Abolición de la muerte ya estaban todos concluidos y escritos antes. En esa época no era fácil acceder a textos surrealistas.

 

―¿Hubo en Lima los llamados actos surrealistas, como aquel de Sadoul abofeteando a una condesa en un besamanos?

―Lo único que hubo fue la exposición surrealista de 1935 en la que estuvimos Moro y yo, y luego, en 1939, sacamos El uso de la palabra; también estuvo el panfleto contra Huidobro. Pero los llamados actos surrealistas no los recuerdo. Tal vez los hubo cuando yo estaba fuera del Perú. Lo que sí recuerdo es que la exposición surrealista de 1935 causó mucho revuelo en Lima; para comenzar, en el catálogo de la exposición había esta frase: “El arte es un producto farmacéutico contra los imbéciles”.

 

El indigenismo y la poesía social

 

―En los años de la publicación de sus libros existió una tendencia indigenista. ¿Cómo fueron sus relaciones con los representantes de esa corriente?

―Fueron muy cordiales y respetuosas. Hay que recordar, además, que algunos poetas indigenistas utilizaban en su poesía técnicas tomadas de la vanguardia.

 

―A propósito del indigenismo, usted también escribió poesía social. ¿Qué piensa de ella?

―Sí, yo también escribí unos poemas sociales. Fue casi al mismo tiempo que la escritura de Las ínsulas extrañas o un poco después, no recuerdo muy bien, pero esos intentos no tenían nada de poéticos. Yo creo que si a algún poema se le encuentra después de escrito un sentido social, eso está bien, pero no creo que alguien deba sentarse a escribir un poema con una intención social deliberada. Si un poeta se dispone conscientemente a cumplir con un programa, pues no está haciendo poesía. Yo no sé por qué escribí esos poemas… quizá fue la presión de la época. Creo que la poesía y todo el arte no deben subordinarse a otros fines. ¿Cómo resultaría una sinfonía que se quiera basar en postular la bondad del Manifiesto comunista?

 

El Parnaso peruano

 

Volviendo al ambiente de la época, ¿cómo eran las vinculaciones entre los poetas?

―Recuerdo que Martín Adán, Moro y Luis Valle Goycochea vivían en la misma calle, en la calle del Corazón de Jesús, que desembocaba en la calle Huérfanos.

 

―En esa calle estaba el Parnaso peruano.

―Bueno, eso fue cuestión del azar. Martín Adán vivía en su casa, la casa de su familia; Moro había regresado de Europa y vivía en una casa con su madre, y Luis Valle Goycochea, que era un estudiante provinciano, vivía en una pensión. La situación de cada uno de ellos era diferente. No recuerdo cómo conocí a Moro, pero Luis Valle Goycochea estaba en la Universidad, trabajaba en la biblioteca. En realidad, no hubo una tertulia. A la casa de Martín iban sus amigos. Alguna vez creo que fue César Moro conmigo. Más asiduo era Valle Goycochea, pero los que iban con más continuidad eran los que estaban en la misma clase con Martín Adán, como Enrique Peña, Gonzalo Pérez, Manuel Irigoyen, Luis Fabio Xammar, José Alfredo Hernández, Xavier Abril. Pero grupos no existían. José Varallanos sacaba una revista, pero no había mucha actividad. Cuando alguien publicaba un libro no habían presentaciones, tampoco recitales. Los únicos recitales eran los de Bertha Singerman.

 

―En la época de Vallejo el crítico más conocido, o temido, era Clemente Palma. En los años de publicación de sus libros, ¿existía “el” crítico o “la” revista que consagraba o liquidaba a los poetas?

―Yo no recuerdo bien eso, además, siempre les he tenido alergia a los críticos. Pero existía gente como Bustamante y Ballivián y el mismo Eguren que acogieron con simpatía lo que yo había escrito.

 

“No tiene nada de dramático dejar de escribir poesía”

 

―¿Usted se sentía ante todo un poeta?

―No, yo nunca me he sentido un poeta.

 

―¿Por qué no le da importancia a ese rol de poeta, excluyente de las otras actividades?

―Es que esos roles suelen ser siempre imprecisos. No basta que una persona decida ser poeta. Lo que importa siempre es la calidad del poema, el producto, no la persona. El poema es lo que justifica la actividad poética.

 

Después de la publicación de Abolición de la muerte usted todavía escribió algunos poemas pero luego dejó de escribir. ¿Cómo ocurrió eso? ¿Hubo un abandono paulatino o fue una decisión tomada conscientemente, una renuncia deliberada?

―Yo no sé realmente cómo ocurrió eso. Por lo demás, no tiene nada de dramático que uno ya no escriba poesía. Sencillamente, no pensé más en eso… Para escribir poesía hay que estar en un estado de disposición completa, que depende en parte de uno, pero solo en parte… porque hay también otras circunstancias, y si no se presentan esas circunstancias pues…

 

―¿En todo este asunto no tiene que ver el hecho de que haya sentido que la poesía era algo inútil?

―La poesía y el arte son inútiles.

 

―¿Usted sentía esa inutilidad cuando escribía sus poemas?

―Bueno, pero esa no es ninguna razón para no escribir.

 

―Usted tiene un poema titulado precisamente “Poema inútil”, que comienza así: “Empeño manco este esforzarse en juntar palabras”. ¿Cree que siempre es inútil escribir poesía?

―Sí, creo que sí.

 

―¿Inútil inclusive para el poeta?

―Cuando uno escribe, en ese momento, la poesía no es inútil.

 

―Entonces no es inútil. ¿Escribir era una tortura para usted?

―No, para mí no era una tortura escribir. Aunque tal vez hay frustración cuando el esfuerzo que uno hace para escribir no resulta satisfactorio, pero eso se resuelve rompiendo el poema.

 

―Usted también ha mostrado mucho interés por la pintura.

―Bueno, yo también he pintado algunos cuadros, que hasta estuvieron en una exposición en Ecuador, pero la pintura no fue una actividad continuada, pues solo duró algunos meses.

 

―Esa necesidad de expresión que se canceló a través de la poesía, ¿se derivó de algún modo hacia la pintura?

―No, no hubo derivación.

 

―¿Y era usted un pintor surrealista?

―No lo sé.

 

Chocano, Vallejo, Eguren

 

―Cuando usted publicó sus libros Chocano todavía estaba vivo. ¿Cuál fue su actitud frente a la poesía de Chocano?

―Yo admiraba mucho a Eguren, como ya he dicho. Creo que la poesía de Chocano ya no tenía vigencia en esa época.

 

La impresión que da es que para ustedes es que Chocano ya estaba muerto desde 1905.

―Algo así.

 

―¿Y cómo tomó usted la poesía de Vallejo?

―En Vallejo apreciaba la carga afectiva. El asunto es que existen varios Vallejos. Está el de Los heraldos negros, el de Trilce, el de Poemas humanos.

 

¿Cuál es el Vallejo que usted aprecia más?

―Me parece que es el de Trilce.

 

―¿Por lo que tiene de vanguardista?

―No, porque es el más Vallejo de todos. En esa época todavía no existía la veneración a Vallejo, eso se dio después. Yo creo que Vallejo no ha sido entendido del todo por la crítica. Mariátegui, por ejemplo, habla de Vallejo como el poeta de la estirpe. Yo no sé qué ha querido decir con eso de poeta de la estirpe… También Luis Alberto Sánchez, a quien yo le reconozco muchos méritos, pero creo que no tiene sensibilidad para la poesía.

 

―A propósito de considerar a Vallejo como el poeta de la estirpe, ¿usted cree que puede decirse de alguien que es el poeta de la peruanidad, de la nacionalidad?

―El Perú es un conjunto de muchas culturas; hay, entonces, tantas poesías como culturas existen… Oiga, ¿usted nunca se cansa de hacer preguntas?

 

Cuando usted visitaba a Eguren, ¿le hacía muchas preguntas?

―¡No! ¡Qué le iba a preguntar yo a Eguren! Yo era muy tímido. Se hablaba de cualquier cosa, eso era lo bueno de estar con Eguren, de vez en cuando se hablaba de literatura. Eguren hablaba de muchas cosas, y yo creo que era una defensa, pues para que no le hicieran preguntas, él hablaba. Sin embargo, de él aprendimos, como ya lo he escrito, que la poesía es más poderosa cuanto más frágil.

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* Tomado de El Caballo Rojo, suplemento de El Diario de Marka. Lima, 22 de mayo de 1982, pp. 8-9.   

 

 

 

 

  


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