Westphalen, habitante del silencio*
Entrevista de Mito Tumi
Dos breves libros de poesía, publicados a los 22 y 24
años, respectivamente, bastaron para que Emilio Adolfo Westphalen obtuviera un
lugar definitivo entre los grandes poetas de nuestra lengua. Contrariando este
reconocimiento general, Westphalen abandonó tempranamente la escritura poética
y se sumió en un largo y tenaz silencio que solo ha sido roto en ocasiones.
Renunciando a las salvas y a la notoriedad pública que ciertamente merece, el
poeta ha escogido ser un habitante del silencio y de un mundo ajeno a las
estridencias. Acercarse a él no fue una tarea fácil, menos, convencerlo para
una entrevista. Westphalen recalca que esas cosas no le gustan y se pregunta,
extrañado, por el interés de la gente hacia él y su obra. Nos dice que ya lo
han “exprimido” bastante en dos entrevistas anteriores y que tal vez ya no
tenga nada más que agregar. Ante nuestra insistencia, acepta. Lo que sigue es
un registro de esa conversación, y de los silencios del poeta y su renuencia a
explayarse o hablar de ciertos temas, y de su cordial agresividad.
―¿Por qué se refiere a las
entrevistas como un interrogatorio o un hecho necesariamente compulsivo?
―Porque no me gustan estas cosas. Yo siempre he preferido el silencio, y
ahora accedo a esta entrevista malgré moi, como dicen los franceses.
―Lo que ocurre es que la gente que hace literatura o que le gusta la
poesía siempre tiene ese deseo de acercarse y hablar con los poetas, de
escuchar su palabra. Supongo que eso le pasó a usted con Eguren. ¿Cómo fue ese
acercamiento?
―Yo fui con Martín Adán y Estuardo Núñez; ellos eran mis compañeros en el
Colegio Alemán y ya habían visitado varias veces al poeta. Yo en esa época
todavía no escribía poesía pero sí leía mucho y, además, admiraba a Eguren.
Los inicios
―¿Y su amistad con Martín Adán y Estuardo Núñez en su
época escolar se inició a partir de sus afinidades literarias?
―No lo sé exactamente. Ese es el misterio de la amistad. El Colegio Alemán
era muy pequeño y en esa época muchos alumnos escribían, aunque nunca se
formaron grupos.
―¿Y en qué época comienza a escribir poesía?
―Cuando era un estudiante de Letras en San Marcos. Yo le mostré mis
primeros poemas a Martín Adán y él fue muy generoso e indulgente con lo que yo
había escrito. Pero no recuerdo más. He olvidado los detalles.
―Pero ¿cómo puede olvidar esos detalles que son
importantes para cualquier poeta?
―Es que realmente uno nunca sabe cuáles son las cosas verdaderamente
importantes.
―Usted escribió una vez que en el arte se trata de
transmitir una emoción y no una idea. ¿Con eso estaría planteando que la poesía
es una actividad basada en la inspiración y no un artificio o un producto rigurosamente
elaborado, y la división del poeta como un chamán o un orfebre?
―Yo creo que el poeta no es chamán ni artesano exclusivamente, sino que
debe tener de los dos. Para escribir poesía no basta la inspiración… hay que
conocer ciertos principios básicos fundamentales y también hay que dominar el
idioma. No basta la inspiración. La inspiración es muy vaga.
―En su poesía hay un raro equilibrio entre la libertad y
el rigor formal producto del trabajo…
―No, el estilo no se trabaja, el estilo surge.
―Pero es producto de un trabajo constante…
―Yo diría que es como una planta que produce una flor. El poeta se
alimenta de muchas cosas y tiene que escoger entre todas ellas.
―Usted ha contado que escribió en Amauta. ¿Cómo fue su acercamiento a Mariátegui?
―Fui con unos amigos. Mariátegui tenía una tertulia, yo diría que varias
tertulias, una de ellas era literaria. Mariátegui era muy amable y muy amplio.
No estaba ocupándose siempre del tema político. En ese ambiente seguramente me
crucé con muchos escritores y con otros que no eran escritores. Ahí estaban
siempre Martínez de la Torre, José Varallanos, Alberto Varallanos. Iban también
sindicalistas como Portocarrero. Yo no tenía ninguna actividad política.
Vinculaciones, sí, porque todo el mundo se conocía. Algunos años después,
cuando fui, detenido, me acusaron de comunista.
―¿Cuánto tiempo estuvo detenido?
―Cinco semanas. Pero otra gente pasó meses en prisión. Fueron días muy
duros. Primero estuve con los detenidos por delitos comunes, en una pocilga
incómoda y sucia, sin luz. A las dos semanas me sacaron de ahí y me pusieron
con los detenidos políticos. El hecho de estar encerrado en circunstancias tan
duras crea cierta camaradería y solidaridad entre los detenidos. Ahí conocí al
líder aprista Negreiros.
―¿Usted suscribiría esa frase de Vallejo: “El momento más
grave de mi vida fue mi prisión en una cárcel del Perú”?
―No lo sé… la mía fue una experiencia dura y terrible, pero hay tantas
experiencias duras en la vida…
Las Ínsulas extrañas
―Usted escribió los poemas de Las ínsulas extrañas en 1931 y
1932. ¿Usted los escribió pensando en un libro con una estructura definida o
fueron saliendo sin tener una idea global?
―Yo no escribo libros.
―Se lo decía porque también hay casos de poetas que se
plantean un proyecto y lo ejecutan.
―Yo no soy de esos poetas. Yo me di cuenta que ya tenía un conjunto
apreciable de poemas y los reuní en un libro. Las ínsulas extrañas fue
hecho con un sistema de suscripciones por intermedio de don Enrique Bustamante
y Ballivián, que tenía una imprenta. Yo mismo corregí y distribuí la edición de
150 ejemplares.
―¿No le pareció que era una tirada muy corta?
―Creo que 150 ejemplares es suficiente para la poesía. ¿Para qué más?
―¿Y qué acogida tuvo el libro?
―Los comentarios los hicieron mis amigos, Vicente Azar, Carlos Cueto
Fernandini, Luis Valle Goicochea. Esos comentarios no se hicieron en los
diarios, sino en una revista que se llamaba Social.
―Y luego, en 1934 y 1935, usted escribe los poemas de Abolición de
la muerte.
―En esa época pasé por momentos difíciles. Estuve muy enfermo, casi medio
año, con tifoidea. Estuve hospitalizado y allí tuve una experiencia muy
extraña. La sala de la clínica daba al jardín y de pronto vi que venía una
cabeza suspendida que se me acercaba. Yo me asusté. Imagino que estuve muy mal porque
los médicos me mostraban siempre como un caso curioso. Cuando salí del hospital
me sentía extraño porque había perdido contacto con el mundo exterior y todo me
parecía muy distinto.
El surrealismo
―Esa alucinación se parece a un verso del libro que ya
antes había publicado: “Una cabeza humana viene lenta desde el olvido”.
―Fíjese que nunca había pensado en eso. Eso pertenece al inconsciente y yo
no sé nada del inconsciente.
―Es curioso que usted diga eso porque en su poesía está
la huella surrealista.
―Sí, no lo niego, pero hay también otras huellas.
―Hay muchos críticos que sostienen que su poesía es
netamente surrealista. ¿Usted comparte esa apreciación?
―Me han preguntado y exigido muchas veces esa definición que voy a tener
que escribir algo para fijar mi posición. Yo reconozco la influencia
surrealista en mi obra pero nunca me definí como surrealista. Tampoco creo en
la escritura automática. Cuando escribí mis libros yo había leído el Segundo
manifiesto del surrealismo, en la edición que tenía Eguren, y Nadja,
de Bretón. Un poco antes de publicar Abolición de la muerte conocí a
Moro, que regresaba del extranjero, quien me puso en contacto con otros libros
de esa corriente, pero los poemas de Abolición de la muerte ya estaban
todos concluidos y escritos antes. En esa época no era fácil acceder a textos
surrealistas.
―¿Hubo en Lima los llamados actos surrealistas, como
aquel de Sadoul abofeteando a una condesa en un besamanos?
―Lo único que hubo fue la exposición surrealista de 1935 en la que
estuvimos Moro y yo, y luego, en 1939, sacamos El uso de la palabra;
también estuvo el panfleto contra Huidobro. Pero los llamados actos
surrealistas no los recuerdo. Tal vez los hubo cuando yo estaba fuera del Perú.
Lo que sí recuerdo es que la exposición surrealista de 1935 causó mucho revuelo
en Lima; para comenzar, en el catálogo de la exposición había esta frase: “El
arte es un producto farmacéutico contra los imbéciles”.
El indigenismo y la poesía social
―En los años de la publicación de sus libros existió una
tendencia indigenista. ¿Cómo fueron sus relaciones con los representantes de
esa corriente?
―Fueron muy cordiales y respetuosas. Hay que recordar, además, que algunos
poetas indigenistas utilizaban en su poesía técnicas tomadas de la vanguardia.
―A propósito del indigenismo, usted también escribió
poesía social. ¿Qué piensa de ella?
―Sí, yo también escribí unos poemas sociales. Fue casi al mismo tiempo que
la escritura de Las ínsulas extrañas o un poco después, no recuerdo muy bien,
pero esos intentos no tenían nada de poéticos. Yo creo que si a algún poema se
le encuentra después de escrito un sentido social, eso está bien, pero no creo
que alguien deba sentarse a escribir un poema con una intención social
deliberada. Si un poeta se dispone conscientemente a cumplir con un programa,
pues no está haciendo poesía. Yo no sé por qué escribí esos poemas… quizá fue
la presión de la época. Creo que la poesía y todo el arte no deben subordinarse
a otros fines. ¿Cómo resultaría una sinfonía que se quiera basar en postular la
bondad del Manifiesto comunista?
El Parnaso peruano
―Volviendo al ambiente de la época, ¿cómo eran las vinculaciones entre
los poetas?
―Recuerdo que Martín Adán, Moro y Luis Valle Goycochea vivían en la misma
calle, en la calle del Corazón de Jesús, que desembocaba en la calle Huérfanos.
―En esa calle estaba el Parnaso peruano.
―Bueno, eso fue cuestión del azar. Martín Adán vivía en su casa, la casa
de su familia; Moro había regresado de Europa y vivía en una casa con su madre,
y Luis Valle Goycochea, que era un estudiante provinciano, vivía en una pensión.
La situación de cada uno de ellos era diferente. No recuerdo cómo conocí a
Moro, pero Luis Valle Goycochea estaba en la Universidad, trabajaba en la
biblioteca. En realidad, no hubo una tertulia. A la casa de Martín iban sus
amigos. Alguna vez creo que fue César Moro conmigo. Más asiduo era Valle
Goycochea, pero los que iban con más continuidad eran los que estaban en la
misma clase con Martín Adán, como Enrique Peña, Gonzalo Pérez, Manuel Irigoyen,
Luis Fabio Xammar, José Alfredo Hernández, Xavier Abril. Pero grupos no
existían. José Varallanos sacaba una revista, pero no había mucha actividad.
Cuando alguien publicaba un libro no habían presentaciones, tampoco recitales.
Los únicos recitales eran los de Bertha Singerman.
―En la época de Vallejo el crítico más conocido, o
temido, era Clemente Palma. En los años de publicación de sus libros, ¿existía
“el” crítico o “la” revista que consagraba o liquidaba a los poetas?
―Yo no recuerdo bien eso, además, siempre les he tenido alergia a los
críticos. Pero existía gente como Bustamante y Ballivián y el mismo Eguren que
acogieron con simpatía lo que yo había escrito.
“No tiene nada de dramático dejar de escribir
poesía”
―¿Usted se sentía ante todo un poeta?
―No, yo nunca me he sentido un poeta.
―¿Por qué no le da importancia a ese rol de poeta,
excluyente de las otras actividades?
―Es que esos roles suelen ser siempre imprecisos. No basta que una persona
decida ser poeta. Lo que importa siempre es la calidad del poema, el producto,
no la persona. El poema es lo que justifica la actividad poética.
―Después de
la publicación de Abolición de la muerte
usted todavía escribió algunos poemas pero luego dejó de escribir. ¿Cómo
ocurrió eso? ¿Hubo un abandono paulatino o fue una decisión tomada
conscientemente, una renuncia deliberada?
―Yo no sé realmente cómo ocurrió eso. Por lo demás, no tiene nada de
dramático que uno ya no escriba poesía. Sencillamente, no pensé más en eso…
Para escribir poesía hay que estar en un estado de disposición completa, que
depende en parte de uno, pero solo en parte… porque hay también otras
circunstancias, y si no se presentan esas circunstancias pues…
―¿En todo este asunto no tiene que ver el hecho de que
haya sentido que la poesía era algo inútil?
―La poesía y el arte son inútiles.
―¿Usted sentía esa inutilidad cuando escribía sus poemas?
―Bueno, pero esa no es ninguna razón para no escribir.
―Usted tiene un poema titulado precisamente “Poema
inútil”, que comienza así: “Empeño manco este esforzarse en juntar palabras”.
¿Cree que siempre es inútil escribir poesía?
―Sí, creo que sí.
―¿Inútil inclusive para el poeta?
―Cuando uno escribe, en ese momento, la poesía no es inútil.
―Entonces no es inútil. ¿Escribir era una tortura para
usted?
―No, para mí no era una tortura escribir. Aunque tal vez hay frustración
cuando el esfuerzo que uno hace para escribir no resulta satisfactorio, pero
eso se resuelve rompiendo el poema.
―Usted también ha mostrado mucho interés por la pintura.
―Bueno, yo también he pintado algunos cuadros, que hasta estuvieron en una
exposición en Ecuador, pero la pintura no fue una actividad continuada, pues
solo duró algunos meses.
―Esa necesidad de expresión que se canceló a través de la
poesía, ¿se derivó de algún modo hacia la pintura?
―No, no hubo derivación.
―¿Y era usted un pintor surrealista?
―No lo sé.
Chocano, Vallejo, Eguren
―Cuando usted publicó sus libros Chocano todavía estaba
vivo. ¿Cuál fue su actitud frente a la poesía de Chocano?
―Yo admiraba mucho a Eguren, como ya he dicho. Creo que la poesía de
Chocano ya no tenía vigencia en esa época.
―La impresión que da es que para ustedes es que Chocano ya estaba
muerto desde 1905.
―Algo así.
―¿Y cómo tomó usted la poesía de Vallejo?
―En Vallejo apreciaba la carga afectiva. El asunto es que existen varios
Vallejos. Está el de Los heraldos negros, el de Trilce, el de Poemas
humanos.
―¿Cuál es el Vallejo que usted aprecia más?
―Me parece que es el de Trilce.
―¿Por lo que tiene de vanguardista?
―No, porque es el más Vallejo de todos. En esa época todavía no existía la
veneración a Vallejo, eso se dio después. Yo creo que Vallejo no ha sido
entendido del todo por la crítica. Mariátegui, por ejemplo, habla de Vallejo
como el poeta de la estirpe. Yo no sé qué ha querido decir con eso de poeta de
la estirpe… También Luis Alberto Sánchez, a quien yo le reconozco muchos
méritos, pero creo que no tiene sensibilidad para la poesía.
―A propósito de considerar a Vallejo como el poeta de la
estirpe, ¿usted cree que puede decirse de alguien que es el poeta de la
peruanidad, de la nacionalidad?
―El Perú es un conjunto de muchas culturas; hay, entonces, tantas poesías
como culturas existen… Oiga, ¿usted nunca se cansa de hacer preguntas?
―Cuando usted visitaba a Eguren, ¿le hacía muchas preguntas?
―¡No! ¡Qué le iba a preguntar yo a Eguren! Yo era muy tímido. Se hablaba
de cualquier cosa, eso era lo bueno de estar con Eguren, de vez en cuando se
hablaba de literatura. Eguren hablaba de muchas cosas, y yo creo que era una
defensa, pues para que no le hicieran preguntas, él hablaba. Sin embargo, de él
aprendimos, como ya lo he escrito, que la poesía es más poderosa cuanto más
frágil.
* Tomado de El Caballo Rojo, suplemento de El Diario de Marka.
Lima, 22 de mayo de 1982, pp. 8-9.
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