Armando Rojas
viernes, 31 de mayo de 2024
Poetas piuranos II
lunes, 27 de mayo de 2024
Westphalen: "“La poesía y el arte son inútiles”
Westphalen, habitante del silencio*
Entrevista de Mito Tumi
Dos breves libros de poesía, publicados a los 22 y 24
años, respectivamente, bastaron para que Emilio Adolfo Westphalen obtuviera un
lugar definitivo entre los grandes poetas de nuestra lengua. Contrariando este
reconocimiento general, Westphalen abandonó tempranamente la escritura poética
y se sumió en un largo y tenaz silencio que solo ha sido roto en ocasiones.
Renunciando a las salvas y a la notoriedad pública que ciertamente merece, el
poeta ha escogido ser un habitante del silencio y de un mundo ajeno a las
estridencias. Acercarse a él no fue una tarea fácil, menos, convencerlo para
una entrevista. Westphalen recalca que esas cosas no le gustan y se pregunta,
extrañado, por el interés de la gente hacia él y su obra. Nos dice que ya lo
han “exprimido” bastante en dos entrevistas anteriores y que tal vez ya no
tenga nada más que agregar. Ante nuestra insistencia, acepta. Lo que sigue es
un registro de esa conversación, y de los silencios del poeta y su renuencia a
explayarse o hablar de ciertos temas, y de su cordial agresividad.
―¿Por qué se refiere a las
entrevistas como un interrogatorio o un hecho necesariamente compulsivo?
―Porque no me gustan estas cosas. Yo siempre he preferido el silencio, y
ahora accedo a esta entrevista malgré moi, como dicen los franceses.
―Lo que ocurre es que la gente que hace literatura o que le gusta la
poesía siempre tiene ese deseo de acercarse y hablar con los poetas, de
escuchar su palabra. Supongo que eso le pasó a usted con Eguren. ¿Cómo fue ese
acercamiento?
―Yo fui con Martín Adán y Estuardo Núñez; ellos eran mis compañeros en el
Colegio Alemán y ya habían visitado varias veces al poeta. Yo en esa época
todavía no escribía poesía pero sí leía mucho y, además, admiraba a Eguren.
Los inicios
―¿Y su amistad con Martín Adán y Estuardo Núñez en su
época escolar se inició a partir de sus afinidades literarias?
―No lo sé exactamente. Ese es el misterio de la amistad. El Colegio Alemán
era muy pequeño y en esa época muchos alumnos escribían, aunque nunca se
formaron grupos.
―¿Y en qué época comienza a escribir poesía?
―Cuando era un estudiante de Letras en San Marcos. Yo le mostré mis
primeros poemas a Martín Adán y él fue muy generoso e indulgente con lo que yo
había escrito. Pero no recuerdo más. He olvidado los detalles.
―Pero ¿cómo puede olvidar esos detalles que son
importantes para cualquier poeta?
―Es que realmente uno nunca sabe cuáles son las cosas verdaderamente
importantes.
―Usted escribió una vez que en el arte se trata de
transmitir una emoción y no una idea. ¿Con eso estaría planteando que la poesía
es una actividad basada en la inspiración y no un artificio o un producto rigurosamente
elaborado, y la división del poeta como un chamán o un orfebre?
―Yo creo que el poeta no es chamán ni artesano exclusivamente, sino que
debe tener de los dos. Para escribir poesía no basta la inspiración… hay que
conocer ciertos principios básicos fundamentales y también hay que dominar el
idioma. No basta la inspiración. La inspiración es muy vaga.
―En su poesía hay un raro equilibrio entre la libertad y
el rigor formal producto del trabajo…
―No, el estilo no se trabaja, el estilo surge.
―Pero es producto de un trabajo constante…
―Yo diría que es como una planta que produce una flor. El poeta se
alimenta de muchas cosas y tiene que escoger entre todas ellas.
―Usted ha contado que escribió en Amauta. ¿Cómo fue su acercamiento a Mariátegui?
―Fui con unos amigos. Mariátegui tenía una tertulia, yo diría que varias
tertulias, una de ellas era literaria. Mariátegui era muy amable y muy amplio.
No estaba ocupándose siempre del tema político. En ese ambiente seguramente me
crucé con muchos escritores y con otros que no eran escritores. Ahí estaban
siempre Martínez de la Torre, José Varallanos, Alberto Varallanos. Iban también
sindicalistas como Portocarrero. Yo no tenía ninguna actividad política.
Vinculaciones, sí, porque todo el mundo se conocía. Algunos años después,
cuando fui, detenido, me acusaron de comunista.
―¿Cuánto tiempo estuvo detenido?
―Cinco semanas. Pero otra gente pasó meses en prisión. Fueron días muy
duros. Primero estuve con los detenidos por delitos comunes, en una pocilga
incómoda y sucia, sin luz. A las dos semanas me sacaron de ahí y me pusieron
con los detenidos políticos. El hecho de estar encerrado en circunstancias tan
duras crea cierta camaradería y solidaridad entre los detenidos. Ahí conocí al
líder aprista Negreiros.
―¿Usted suscribiría esa frase de Vallejo: “El momento más
grave de mi vida fue mi prisión en una cárcel del Perú”?
―No lo sé… la mía fue una experiencia dura y terrible, pero hay tantas
experiencias duras en la vida…
Las Ínsulas extrañas
―Usted escribió los poemas de Las ínsulas extrañas en 1931 y
1932. ¿Usted los escribió pensando en un libro con una estructura definida o
fueron saliendo sin tener una idea global?
―Yo no escribo libros.
―Se lo decía porque también hay casos de poetas que se
plantean un proyecto y lo ejecutan.
―Yo no soy de esos poetas. Yo me di cuenta que ya tenía un conjunto
apreciable de poemas y los reuní en un libro. Las ínsulas extrañas fue
hecho con un sistema de suscripciones por intermedio de don Enrique Bustamante
y Ballivián, que tenía una imprenta. Yo mismo corregí y distribuí la edición de
150 ejemplares.
―¿No le pareció que era una tirada muy corta?
―Creo que 150 ejemplares es suficiente para la poesía. ¿Para qué más?
―¿Y qué acogida tuvo el libro?
―Los comentarios los hicieron mis amigos, Vicente Azar, Carlos Cueto
Fernandini, Luis Valle Goicochea. Esos comentarios no se hicieron en los
diarios, sino en una revista que se llamaba Social.
―Y luego, en 1934 y 1935, usted escribe los poemas de Abolición de
la muerte.
―En esa época pasé por momentos difíciles. Estuve muy enfermo, casi medio
año, con tifoidea. Estuve hospitalizado y allí tuve una experiencia muy
extraña. La sala de la clínica daba al jardín y de pronto vi que venía una
cabeza suspendida que se me acercaba. Yo me asusté. Imagino que estuve muy mal porque
los médicos me mostraban siempre como un caso curioso. Cuando salí del hospital
me sentía extraño porque había perdido contacto con el mundo exterior y todo me
parecía muy distinto.
El surrealismo
―Esa alucinación se parece a un verso del libro que ya
antes había publicado: “Una cabeza humana viene lenta desde el olvido”.
―Fíjese que nunca había pensado en eso. Eso pertenece al inconsciente y yo
no sé nada del inconsciente.
―Es curioso que usted diga eso porque en su poesía está
la huella surrealista.
―Sí, no lo niego, pero hay también otras huellas.
―Hay muchos críticos que sostienen que su poesía es
netamente surrealista. ¿Usted comparte esa apreciación?
―Me han preguntado y exigido muchas veces esa definición que voy a tener
que escribir algo para fijar mi posición. Yo reconozco la influencia
surrealista en mi obra pero nunca me definí como surrealista. Tampoco creo en
la escritura automática. Cuando escribí mis libros yo había leído el Segundo
manifiesto del surrealismo, en la edición que tenía Eguren, y Nadja,
de Bretón. Un poco antes de publicar Abolición de la muerte conocí a
Moro, que regresaba del extranjero, quien me puso en contacto con otros libros
de esa corriente, pero los poemas de Abolición de la muerte ya estaban
todos concluidos y escritos antes. En esa época no era fácil acceder a textos
surrealistas.
―¿Hubo en Lima los llamados actos surrealistas, como
aquel de Sadoul abofeteando a una condesa en un besamanos?
―Lo único que hubo fue la exposición surrealista de 1935 en la que
estuvimos Moro y yo, y luego, en 1939, sacamos El uso de la palabra;
también estuvo el panfleto contra Huidobro. Pero los llamados actos
surrealistas no los recuerdo. Tal vez los hubo cuando yo estaba fuera del Perú.
Lo que sí recuerdo es que la exposición surrealista de 1935 causó mucho revuelo
en Lima; para comenzar, en el catálogo de la exposición había esta frase: “El
arte es un producto farmacéutico contra los imbéciles”.
El indigenismo y la poesía social
―En los años de la publicación de sus libros existió una
tendencia indigenista. ¿Cómo fueron sus relaciones con los representantes de
esa corriente?
―Fueron muy cordiales y respetuosas. Hay que recordar, además, que algunos
poetas indigenistas utilizaban en su poesía técnicas tomadas de la vanguardia.
―A propósito del indigenismo, usted también escribió
poesía social. ¿Qué piensa de ella?
―Sí, yo también escribí unos poemas sociales. Fue casi al mismo tiempo que
la escritura de Las ínsulas extrañas o un poco después, no recuerdo muy bien,
pero esos intentos no tenían nada de poéticos. Yo creo que si a algún poema se
le encuentra después de escrito un sentido social, eso está bien, pero no creo
que alguien deba sentarse a escribir un poema con una intención social
deliberada. Si un poeta se dispone conscientemente a cumplir con un programa,
pues no está haciendo poesía. Yo no sé por qué escribí esos poemas… quizá fue
la presión de la época. Creo que la poesía y todo el arte no deben subordinarse
a otros fines. ¿Cómo resultaría una sinfonía que se quiera basar en postular la
bondad del Manifiesto comunista?
El Parnaso peruano
―Volviendo al ambiente de la época, ¿cómo eran las vinculaciones entre
los poetas?
―Recuerdo que Martín Adán, Moro y Luis Valle Goycochea vivían en la misma
calle, en la calle del Corazón de Jesús, que desembocaba en la calle Huérfanos.
―En esa calle estaba el Parnaso peruano.
―Bueno, eso fue cuestión del azar. Martín Adán vivía en su casa, la casa
de su familia; Moro había regresado de Europa y vivía en una casa con su madre,
y Luis Valle Goycochea, que era un estudiante provinciano, vivía en una pensión.
La situación de cada uno de ellos era diferente. No recuerdo cómo conocí a
Moro, pero Luis Valle Goycochea estaba en la Universidad, trabajaba en la
biblioteca. En realidad, no hubo una tertulia. A la casa de Martín iban sus
amigos. Alguna vez creo que fue César Moro conmigo. Más asiduo era Valle
Goycochea, pero los que iban con más continuidad eran los que estaban en la
misma clase con Martín Adán, como Enrique Peña, Gonzalo Pérez, Manuel Irigoyen,
Luis Fabio Xammar, José Alfredo Hernández, Xavier Abril. Pero grupos no
existían. José Varallanos sacaba una revista, pero no había mucha actividad.
Cuando alguien publicaba un libro no habían presentaciones, tampoco recitales.
Los únicos recitales eran los de Bertha Singerman.
―En la época de Vallejo el crítico más conocido, o
temido, era Clemente Palma. En los años de publicación de sus libros, ¿existía
“el” crítico o “la” revista que consagraba o liquidaba a los poetas?
―Yo no recuerdo bien eso, además, siempre les he tenido alergia a los
críticos. Pero existía gente como Bustamante y Ballivián y el mismo Eguren que
acogieron con simpatía lo que yo había escrito.
“No tiene nada de dramático dejar de escribir
poesía”
―¿Usted se sentía ante todo un poeta?
―No, yo nunca me he sentido un poeta.
―¿Por qué no le da importancia a ese rol de poeta,
excluyente de las otras actividades?
―Es que esos roles suelen ser siempre imprecisos. No basta que una persona
decida ser poeta. Lo que importa siempre es la calidad del poema, el producto,
no la persona. El poema es lo que justifica la actividad poética.
―Después de
la publicación de Abolición de la muerte
usted todavía escribió algunos poemas pero luego dejó de escribir. ¿Cómo
ocurrió eso? ¿Hubo un abandono paulatino o fue una decisión tomada
conscientemente, una renuncia deliberada?
―Yo no sé realmente cómo ocurrió eso. Por lo demás, no tiene nada de
dramático que uno ya no escriba poesía. Sencillamente, no pensé más en eso…
Para escribir poesía hay que estar en un estado de disposición completa, que
depende en parte de uno, pero solo en parte… porque hay también otras
circunstancias, y si no se presentan esas circunstancias pues…
―¿En todo este asunto no tiene que ver el hecho de que
haya sentido que la poesía era algo inútil?
―La poesía y el arte son inútiles.
―¿Usted sentía esa inutilidad cuando escribía sus poemas?
―Bueno, pero esa no es ninguna razón para no escribir.
―Usted tiene un poema titulado precisamente “Poema
inútil”, que comienza así: “Empeño manco este esforzarse en juntar palabras”.
¿Cree que siempre es inútil escribir poesía?
―Sí, creo que sí.
―¿Inútil inclusive para el poeta?
―Cuando uno escribe, en ese momento, la poesía no es inútil.
―Entonces no es inútil. ¿Escribir era una tortura para
usted?
―No, para mí no era una tortura escribir. Aunque tal vez hay frustración
cuando el esfuerzo que uno hace para escribir no resulta satisfactorio, pero
eso se resuelve rompiendo el poema.
―Usted también ha mostrado mucho interés por la pintura.
―Bueno, yo también he pintado algunos cuadros, que hasta estuvieron en una
exposición en Ecuador, pero la pintura no fue una actividad continuada, pues
solo duró algunos meses.
―Esa necesidad de expresión que se canceló a través de la
poesía, ¿se derivó de algún modo hacia la pintura?
―No, no hubo derivación.
―¿Y era usted un pintor surrealista?
―No lo sé.
Chocano, Vallejo, Eguren
―Cuando usted publicó sus libros Chocano todavía estaba
vivo. ¿Cuál fue su actitud frente a la poesía de Chocano?
―Yo admiraba mucho a Eguren, como ya he dicho. Creo que la poesía de
Chocano ya no tenía vigencia en esa época.
―La impresión que da es que para ustedes es que Chocano ya estaba
muerto desde 1905.
―Algo así.
―¿Y cómo tomó usted la poesía de Vallejo?
―En Vallejo apreciaba la carga afectiva. El asunto es que existen varios
Vallejos. Está el de Los heraldos negros, el de Trilce, el de Poemas
humanos.
―¿Cuál es el Vallejo que usted aprecia más?
―Me parece que es el de Trilce.
―¿Por lo que tiene de vanguardista?
―No, porque es el más Vallejo de todos. En esa época todavía no existía la
veneración a Vallejo, eso se dio después. Yo creo que Vallejo no ha sido
entendido del todo por la crítica. Mariátegui, por ejemplo, habla de Vallejo
como el poeta de la estirpe. Yo no sé qué ha querido decir con eso de poeta de
la estirpe… También Luis Alberto Sánchez, a quien yo le reconozco muchos
méritos, pero creo que no tiene sensibilidad para la poesía.
―A propósito de considerar a Vallejo como el poeta de la
estirpe, ¿usted cree que puede decirse de alguien que es el poeta de la
peruanidad, de la nacionalidad?
―El Perú es un conjunto de muchas culturas; hay, entonces, tantas poesías
como culturas existen… Oiga, ¿usted nunca se cansa de hacer preguntas?
―Cuando usted visitaba a Eguren, ¿le hacía muchas preguntas?
―¡No! ¡Qué le iba a preguntar yo a Eguren! Yo era muy tímido. Se hablaba
de cualquier cosa, eso era lo bueno de estar con Eguren, de vez en cuando se
hablaba de literatura. Eguren hablaba de muchas cosas, y yo creo que era una
defensa, pues para que no le hicieran preguntas, él hablaba. Sin embargo, de él
aprendimos, como ya lo he escrito, que la poesía es más poderosa cuanto más
frágil.
* Tomado de El Caballo Rojo, suplemento de El Diario de Marka.
Lima, 22 de mayo de 1982, pp. 8-9.
lunes, 20 de mayo de 2024
Poetas piuranos I
Historia*, de Carlos Guevara Morán
miércoles, 15 de mayo de 2024
Westphalen: recuerdos y olvidos
Recuerdos y
olvidos: igual que siempre
Un apunte
autobiográfico del gran poeta peruano*
Escribe: Emilio Adolfo Westphalen
El ingeniero Michel Fort tuvo la gentileza de pedirme que completara unos datos biográficos míos. Dicté entonces el siguiente texto a la señorita Isabel Judith Carrillo. El ingeniero Fort es el generoso emprendedor y eficaz presidente de la Beneficencia Francesa (desde hace 20 años) y no podía negarme en vista de los múltiples favores recibidos. Este es el resultado de mis recuerdos parciales y poco fiables.
Emilio Adolfo Westphalen nació en
Lima en la calle Plateros de San Pedro, el 15 de julio de 1911 y fue bautizado
en el Sagrario de la Catedral.
Sus padres fueron Emilio Westphalen
Wimmer, nacido en Arequipa en 1881, y su madre doña Teresa Milano Barbagelata,
nacida en Lima en 1891. El abuelo paterno de E.A.W. había nacido en Berlín en
1840. La familia no tiene mucha información acerca de él, lo único que se sabe
es que muy joven escapó del hogar, pues parece que no estaba conforme con la
tradición familiar que obligaba a los hijos varones a servir en el ejército del
rey de Prusia. Estuvo algún tiempo en Londres y luego vino al Perú, vía
Valparaíso, donde en un maremoto perdió todas sus pertenencias. El dato
verificable es el de su matrimonio en Arequipa. El abuelo firmaba Carl
Friedrich Wilhelm Adolf von Westphalen. Se casó con doña Josefina Wimmer Rojas,
nacida en Chincha, cuando tenía 40 años y doña Josefina solamente 16. E. A. W.
no tiene información sobre lo ocurrido con él desde el maremoto de Valparaíso.
Los padres de doña Teresa Milano
Barbagelata fueron el capitán de Navío Stefano Milano y doña Marieta
Barbagelata. El capitán de Navío vino al Perú trayendo en su barco no solamente
a la familia de su esposa, sino a varias emparentadas: Olivari, Massaro,
Ferrari. Los ancestros de su abuela eran piamonteses y feudatarios de la casa
de Saboya desde el siglo XI.
Una anécdota curiosa es que E. A. W.
no escuchó nunca en la casa de la abuela mencionar al abuelo. Muchos años
después se enteró que el capitán de Navío había abandonado a su familia, a una
hija nacida en Italia y a tres nacidas en el Perú.
E. A. W. completó tanto la primaria
como la secundaria en el Colegio Alemán de Lima. Era uno de los alumnos más
jóvenes de la clase y, por tanto, tímido. Era estudioso y sobresalía sobre todo
en matemáticas. Uno de los profesores que más influyó sobre él fue el doctor
Emilio Huidobro, de nacionalidad española, quien le enseñó las reglas
gramaticales de nuestro idioma. Una de las tareas que daba el profesor era leer
capítulos de El Quijote y presentar después un resumen. Una
circunstancia muy importante fue que entre sus condiscípulos estaba Rafael de
la Fuente Benavides, que después hizo famoso el seudónimo de Martín Adán. Él lo
inició en la poesía y en la lectura de José María Eguren. Rafael de la Fuente
le daba a copiar sus poemas y más adelante, con Estuardo Núñez, visitaron
varias veces la casa de Eguren.
Cuando E. A. W. terminó sus estudios
escolares se presentó a la Escuela de Ingenieros, sin conseguir ingresar. Dos
años después no tuvo problema para ser alumno de la Universidad Nacional Mayor
de San Marcos, en la Facultad de Letras. En la Universidad Nacional Mayor de
San Marcos sus estudios se vieron cortados por el cierre de la Universidad por
el gobierno de Sánchez Cerro. Solamente pudo estudiar tres años de Letras y
tres años de Derecho y, solo muchos años después, subsanó los cursos que
necesitaba para ser declarado apto para optar el doctorado en Literatura. En la
Universidad, uno de sus profesores fue el doctor Raúl Porras Barrenechea, quien
propuso que varios alumnos de su curso de Literatura escogieran un escritor
español contemporáneo y dieran una clase sobre él. E: A: W. escogió al filósofo
y literato don José Ortega y Gasset; y el texto elogiado por el doctor Porras
fue publicado por éste en la revista Mercurio Peruano.
Primeros escritos
Desde entonces, E. A. W. ha
colaborado en las más importantes publicaciones periódicas del Perú y en
algunas del extranjero, tales como en Bolívar de Madrid, España, y Front
de la Haya, en Holanda.
Desde muy joven, E. A. W. ha
mantenido correspondencia con escritores nacionales y extranjeros como Jules
Supervielle, don Alfonso Reyes, Juan Larrea, Benjamín Peret.
El primer libro de poemas de E. A.
W. se publicó el año 1933, editado por don Enrique Bustamante y Ballivián,
quien consiguió suscriptores para esa primera edición de 150 ejemplares. El
libro lleva el título de Las Insulas Extrañas, un verso del más hermoso
poema escrito en español: “El cántico espiritual” de San Juan de la Cruz. La
obra fue muy bien recibida en Lima y publicaron críticas muy elogiosas Carlos
Cueto Fernandini, Vicente Azar y Luis Valle Goicochea. El autor también recibió
cartas elogiosas de un crítico polaco que deseaba traducir los poemas a su
idioma. Igualmente Sherry Mangan, poeta norteamericano, elogió la obra e
incluyó, con su carta, la traducción de un poema.
Otras reacciones favorables fueron
las de Vicente Huidobro, don Juan Larrea, el dramaturgo mexicano Celestino
Gorostiza, el filósofo argentino francisco Romero, Bertrand de Jauvenel,
director de la revista literaria Grande Route. Pero lo que más
impresionó a E. A. W. fue recibir una tarjeta de Valerio Larbaud, pues tenía
gran admiración por ese escritor francés.
En 1933 se marcó por otros sucesos
importantes la vida de E. A. W. Como continuaba cerrada la Universidad y
carecía de recursos para viajar a alguna ciudad en el país o fuera de éste, E.
A. W. aceptó la propuesta de un tío para trabajar en la firma Mauricio
Hochschild y Cía. Ltda., exportadores e importadores de minerales y metales.
Igualmente en ese año conoció a César Moro, quien acababa de regresar de París.
Ya E. A. W. había obtenido abundante literatura surrealista por medio de un
librero parisién que le enviaba todas las novedades. Con la presencia de Moro
establecía contacto con el único latinoamericano que había formado parte del
grupo surrealista. Con Moro también asistió al curso de psiquiatría que dictaba
el doctor Honorio Delgado, para los alumnos de San Fernando en el hospital
“Víctor Larco Herrera”.
Dos años después, Moro organizó con
María Valencia, pintora chilena, una gran exposición que incluía,
principalmente, obras de Moro y algunas piezas de María Valencia y tres o
cuatro artistas chilenos más. Moro preparó un catálogo que causó alboroto, para
el cual E. A. W. tradujo algunos poemas de Paul Eluard.
Ese año E. A. W. publicó su segundo
libro de poemas: Abolición de la muerte. Esta vez el costo de la
impresión fue por cuenta del autor. Aunque el autor considere este libro mucho
mejor que el anterior, hubo muy pocas reacciones. Sólo el doctor José Jiménez
Borja escribió una nota elogiosa en La Prensa.
El año siguiente pulularon los
soplones bajo el gobierno del mariscal Benavides y nadie estaba libre de caer
en las redes policiales, aunque no realizara actividad política alguna. Así
resultó preso E. A. W. y hubiese permanecido mucho tiempo en prisión, al igual
que otros compañeros (José María Arguedas, Manuel Moreno Jimeno), pero pudo ser
liberado por gestiones del senador Málaga Santolalla, amigo de su padre.
También César Moro fue hostigado por la policía y entonces decidieron viajar a
México. Don Alfonso Reyes gestionó la visa para E. A. W. Este se vio obligado
para obtener recursos a vender gran parte de su biblioteca, la cual fue
adquirida por la Municipalidad de Lima. Posteriormente, César Moro viajó a
México, pero E. A. W. prefirió quedarse en Lima habiendo obtenido seguridades
de no ser molestado.
Agitación cultural
En el ínterin E. A. W. colaboró con
Moro en la publicación de un panfleto contra Vicente Huidobro, y con él
planearon una hoja de poesía y crítica, que solo pudo aparecer en Lima en 1938,
con el título de “El uso de la palabra”. Al igual que el catálogo publicado por
Moro, esta hoja levantó gran revuelo en el público limeño.
Durante la Guerra Mundial por las
dificultades para asegurar los envíos de minerales disminuyó mucho la actividad
de la firma donde trabajaba E. A. W., lo cual le permitió dedicar buen tiempo a
la lectura, prefiriendo obras de psicología y etnografía, siendo la que más le
impactó Antropología Filosófica de Ernst Cassirer. E. A. W. permaneció
en la firma Hochschild durante trece años, al cabo de los cuales, con el dinero
de la indemnización, decidió publicar una revista, no dogmática sino abierta a
muchos horizontes. Se llamó Las Moradas y colaboraron en ella muchos de
los poetas españoles en el exilio, como Jorge Guillén, Pedro Salinas, Emilio
Prados. Se dio también amplio espacio a las nuevas generaciones; los primeros
textos que aparecieron en Lima de André Coyné, Javier Sologuren, Blanca Varela,
Francisco Bendezú. También algunos dibujos del jovencísimo Fernando de Szyszlo.
Los temas eran muy variados, no solamente de literatura y arte sino música,
filosofía, antropología, marcando todos los intereses culturales.
La revista tenía una excelente
presentación y había un cuadernillo para las ilustraciones. Cada número
contenía unas cien páginas de texto; desde el principio fue bien recibida y
ganó muchas adhesiones. El célebre escritor inglés T. S. Eliot autorizó la
publicación en la revista de uno de los ensayos traducido al español. Otra
primicia fue un artículo escrito especialmente por el gran historiador de arte
George Kubler sobre la arquitectura en Lima. Se publicaron también textos sobre
teatro, música. Para citar sólo algunos de los principales colaboradores, E. A.
W. nombra a don Alfonso Reyes, Antonin Artaud, Paul Claudel, doctor Honorio
Delgado, Rodolfo Holzmann, Karl Jaspers. No olvidará un famoso texto de
Eleonora Carrington (“La-Bas”) traducido por Moro y el más hermoso poema
escrito por Moro en francés “Carta de amor”, que E. A. W. tradujo para la
revista.
Se formó un grupo de amigos de la
revista cuando se vio el peligro que desapareciera, por falta de fondos, lo
cual sin embargo ocurrió en el número 7-8. Por azar hubo en ese entonces un
concurso para traductores de las Naciones Unidas (1949), al cual se presentó E.
A. W. y pudo trasladarse a Nueva York, donde permaneció seis años como
funcionario del organismo internacional.
Migraciones
El ambiente cultural de Nueva York
hizo gran impresión en E. A. W., quien conoció en dicha ciudad a numerosos
artistas y escritores de toda nacionalidad. Se puede mencionar a Gabriela
Mistral, que hacía poco había recibido el Premio Nobel de Literatura.
En Nueva York, E. A. W. pudo
presenciar el surgimiento de un importante movimiento de arte: “Action
Painting”. E. A. W. se deleitó con las oportunidades que daba Nueva York de
asistir a conciertos, a cargo de los mismos compositores, como Stravinsky, Hindemith
y Copland. Vio mucho teatro de todas las naciones, incluyendo el teatro griego
antiguo, el japonés y el hindú; sin olvidar a famosos bailarines españoles de
flamenco.
Una de las personalidades que tuvo
ocasión de entrevistar y que más le impresionó fue la socióloga y filósofa
Hanna Arendt.
En Nueva York, E. A. W. dio dos
conferencias sobre poesía peruana en la Casa Hispana de la Universidad de
Columbia. Una fecha de esas conferencias coincidió con el nacimiento de su hija
Inés el 9 de enero de 1956. E. A. W. se había casado con Judith Ortiz Reyes,
oriunda de Catacaos, en Piura, doce años antes. Algunos días más tarde se
enteró del fallecimiento de César Moro, en Lima el 10 de enero. E. A. W.
siempre mantuvo correspondencia con César Moro, cuando estaban lejos uno del
otro, él 8 años en México y E. A. W. 6 años en Nueva York. En sus últimas
cartas le habló de su enfermedad, pero nada hacía prever que el desenlace
vendría tan rápido. Como E. A. W. juzgó que Manhattan no era el mejor ambiente
para criar a una niña, en abril de 1956, dejó las naciones Unidas y tomó un
barco con su familia para Gibraltar.
Su gran amigo Sherry Mangan estaba
allá, en un pequeño puerto de pescadores, al sur de Málaga y le animó a
reunirse con él.
Santa Fe de los Boliches no tenía
sino un par de calles de pequeñas casas de pescadores y unos cuantos chalets
para los veraneantes. Alquilar uno de ellos no era caro y se consiguió uno a la
orilla de la playa que se extendía dos kilómetros hasta Fuengirola. En los
boliches celebraron el primer cumpleaños de su hija Inés. Pero ya habían
comprobado que el chalet no era apropiado para el invierno, cuando empezaron a
soplar los vientos helados de la sierra. Como el amigo Jorge Piqueras le había
informado que no le resultaría mucho más caro instalarse en Italia, E. A. W. y
su familia viajaron de Algeciras a Génova y de allí por tren hasta Florencia.
En los trámites para el viaje, E. A.
W. cogió una fuerte gripe y en Florencia tuvo que quedarse en cama en el hotel.
Por intermedio de Jorge Piqueras y de su esposa, E. A. W. pudo instalarse en un
villino que alquilaba en las laderas de Fiésole, una llamada condesa Krauss.
Era extraordinario el panorama que se tenía de la casita: entre los dos
cipreses que había en el minúsculo jardín se veía al fondo el Duomo de
Florencia.
Pronto E. A. W. recibió la visita de
un antiguo amigo, José María Domínguez, que había trabajado con él como
traductor y que entonces era funcionario de la Organización de las Naciones
Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO). E. A. W. fue solicitado
para que trabajase en ese organismo. Al principio recibió trabajo para hacer en
la casa, pero pronto se le hizo saber que la organización requería que se
trasladara a Roma como empleado estable.
Durante esos meses, pasaba los fines de semana en Fiésole y los otros días en
un hotelito en Roma. Después de unos meses se normalizaron las condiciones de
trabajo con la FAO y pudo instalarse en un departamento, en el corazón mismo de
la ciudad antigua, en el Palacio del Grillo: una hermosa construcción barroca
que contenía una portada de Bernini, un ala del edificio incluía una torre
medieval y todo estaba adyacente al foro de Augusto y al mercado de Trajano.
E. A. W. conocía Roma, adonde fue
invitado en 1951. En esa ocasión decidió que Roma sería la ciudad en que maría
residir. En 1961 nació en Roma su segunda hija, Silvia.
E. A. W. permaneció en Roma hasta
1963, cuando llegaron unos amigos peruanos, que formaban parte del equipo
electoral del que fue presidente Belaunde. Ellos le persuadieron de que era la
oportunidad para regresar a Lima. Sin embargo, no consiguió ninguna ocupación
durante el primer año y sólo cuando José María Arguedas fue nombrado director
de la Casa de la Cultura, éste le hizo contratar para que publicara la revista
de la institución. Una innovación que E. A. W. obtuvo de Arguedas fue que toda
colaboración en la revista se pagara. El sueldo que recibía E. A. W. no era
notable: los 400 soles apenas si bastaban para pagar el alquiler del
departamento que había tomado.
Salieron ocho números dirigidos por
E. A. W., quien quiso que figurara su nombre, por haber ya aparecido un número
sin su intervención y en vista de que tanto el director como el subdirector de
la Casa de la Cultura podían hacer aparecer en la revista textos solicitados
por ellos.
Por entonces el doctor Augusto
Tamayo Vargas le pidió a E. A. W. que enseñara en la Facultad de Letras de la
Universidad Nacional Mayor de San Marcos, E. A. W. escogió deictar dos cursos
de arte precolombino: uno del Antiguo Perú y, el otro, sobre la m isma época en
toda América.
En la Universidad Nacional Mayor de
San Marcos, E. A. W. formó parte del comité de extensión universitaria que
presidía el doctor César Arróspide de la Flor.
En 1967, el arquitecto Santiago Agurto
Calvo, en ese entonces rector de la Universidad Nacional de Ingeniería, le
propuso a E. A. W. que trabajara en esa universidad haciendo labor de extensión
cultural, principalmente una gran revista de artes y ciencias. La revista que
entonces dirigió E. A. W. adquirió mucho más importancia de la que tuvo Las
Moradas, su tirada fue de tres mil ejemplares. La única exigencia fue la de
incluir en cada número la colaboración de Mario Vargas Llosa y que se tratara
de algún tema relacionado con las ciencias. Como es mejor acudir a la opinión
de un extraño, E. A. W. va a insertar aquí la opinión del profesor Roberto
Paoli: “No puede entenderse ni valorarse del todo la mente de Westphalen, su
superior finura, la estética misma de la que surgen sus versos, si se hace caso
omiso de la actividad intelectual desplegada por el autor durante varias
décadas, en calidad de heraldo de América Latina no solo de la vanguardia, sino
de la misma modernidad. En Westphalen hay una absoluta modernidad de gustos,
sin obligaciones ni nostalgias hacia el pasado. Westphalen es un hombre
totalmente de su siglo, absolutamente moderno. No encontramos en él ningún
indicio de esa “superstición de pasados” que, en varia medida, está presente en
todo intelectual tanto europeo como contemporáneo. La amistad con César Moro,
la colaboración en el catálogo y la preparación de la exposición surrealista de
Lima, de 1935, y más tarde la creación y dirección de las dos más vivaces y rigurosas
revistas de América Latina (Las Moradas, Amaru), sin mentar otras
iniciativas, son momentos de su aporte de competencia, inteligencia y gusto a
la puesta al día de la cultura no solo peruana sino de toda Hispano-América”.
El fin de una época
La publicación de Amaru contó
con excelentes colaboradores y su prestigio fue grande. En los catorce números
que llegaron a publicarse se pueden encontrar los nombres de notables
escritores tanto del idioma español como de célebres representantes de la
literatura, el arte y la ciencia de todo el mundo.
A principios de 1971 se interrumpió
la publicación de la revista; habían cambiado las autoridades universitarias y
quedó sometida a la autoridad administrativa del ingeniero Noriega Calmet,
quien luego de manifestar su poca complacencia con el carácter de la
publicación, determinó que no se pagarían más las colaboraciones y que él mismo
intervendría en la revista.
Esta situación hacía imposible que E.
A. W. continuara en la Universidad Nacional de Ingeniería. Algunos amigos se
preocuparon por la nueva ocupación que podría dársele y fue entonces que E. A.
W. fue nombrado agregado cultural de la Embajada peruana en Roma. De ese
período de su vida E. A. W. prefiere no hacer comentarios.
En 1977 E. A. W. obtuvo el Premio
Nacional de Cultura en el área de literatura, según decidió la comisión técnica
del concurso, habiendo obtenido tres votos frente a los dos que obtuvo el
doctor Luis Alberto Sánchez y uno el escritor Mario Florián.
Ese veredicto levantó una polémica
con visos políticos y sólo después de varios meses el ministro de Educación
decidió que, en forma excepcional, el premio se otorgaría a los tres escritores
que obtuvieron votos.
En 1976 enfermó gravemente Judith
Westphalen (conocida pintora con exhibiciones personales y colectivas en Lima,
Nueva York, Florencia, Roma, Madrid, México y Bruselas), quien falleció el 31
de diciembre.
En 1977 E. A. W. fue enviado a
México como Ministro Cultural; en 1980 a Lisboa. En la Embajada Peruana en
Lisboa, el secretario armó un incidente muy desagradable que lo obligó a pedir
los pasajes para volver a Lima.
Desde entonces E. A. W. reside en
Lima, donde ha intervenido en diversos actos culturales, aparte de haber
colaborado regularmente en la revista Debate y en varios coloquios
internacionales.
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* Tomado de Artes & Letras, suplemento cultural del diario El Mundo. Lima, 17-18 de junio de 1995, pp. D4-D5.