viernes, 31 de mayo de 2024

Poetas piuranos II

                                                Armando Rojas

Arte de granujas*
Luis Alberto Castillo


A partir de la década del cincuenta, a la poesía peruana se la divide por décadas: poesía del ’50 (poetas “puros” y poetas “sociales”), poesía del ’60 (Cisneros, Heraud, Hernández, Hinostroza, Martos), poesía del ’70 (Hora Zero, Estación Reunida), pero entre generación y generación están los que no pueden ser catalogados dentro de los grupos ya nombrados. Poetas como Juan Ojeda y Armando Rojas, ambos ya desaparecidos, pertenecen a ese grupo de los insulares, pues su ubicación generacional no es definida.

A diferencia de los poetas generacionalmente próximos, cuya poesía tiende a la oralidad y al testimonio de lo concreto, Armando Rojas (Piura, 1945 - París, 1986) desarrolla un trabajo poético donde la palabra es asumida como el referente principal dentro de la obra, formalmente más elaborada.

Para el crítico peruano Alberto Escobar, Bosques (Lima, 1973), primer libro de poemas de Rojas, “muestra un severo trabajo en el nivel de la forma que a su turno, transparenta un difícil ejercicio intelectual, a fin de sojuzgar el desborde onírico y no consentir en la escritura automática ni en la orfebrería verbal. Su poética, acosada por un anhelo de concisión, pero también de fidelidad a lo esencial, enlaza ambos componentes y los somete a una textura de la realidad concebida como invención, e imagen de la imagen subjetiva” (Antología de la poesía peruana. Tomo II. Lima: Peisa, 1973, p. 120).

Después de algunos años de labor como profesor sanmarquino y codirigir –junto a Javier Sologuren y Ricardo Silva Santisteban– Creación & Crítica, una de las más importantes revistas literarias peruanas, Armando Rojas viaja a Francia, donde se radica. Desde allí llegan noticias sobre su trabajo poético y su labor de difusor cultural, como director de la revista bilingüe (francés-castellano) Altaforte.

S & Q, su segundo poemario, es publicado en París en 1979. A  propósito de este libro, quién mejor que Javier Sologuren puede darnos una opinión más certera: “Armando Rojas mantiene precisamente una notable unidad de forma y contenido en estos poemas. Una coherencia que solo tiene como sustento la inmediatez de la percepción poética, de ahí su fresca cascada, sus brillos nuevos, su ágil surgimiento” (Expreso, Lima, 11 de noviembre de 1979) [Recogido en Obras completas de Javier Sologuren. Tomo IX, Al andar del camino II. Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú, 2005, pp. 47-49. Edición y presentación de Ricardo Silva Santisteban].

Posteriormente sabemos de la publicación en edición bilingüe de su libro de poemas El sol en el espejo (París, 1983), que tuvo una escasísima difusión. La temprana desaparición de este poeta deja truncas muchas expectativas sobre su poesía; sin embargo, Antares (Artes & Letras) ha editado póstumamente la última colección de sus poemas bajo el título de Arte de granujas, donde encontramos una poesía que conserva la magia del dominio verbal. El azar, el misterio, el juego, la imagen son elementos de una música secreta que recorre toda la poesía de Armando Rojas.

Difícil de definir, sin rótulo posible que la pueda encasillar en esta o aquella generación, escuela, corriente o lo que se llame, esta poesía solo podemos ubicarla en el marco mayor de la generación poética, la que no caducará al paso de las generaciones. Por eso, sería justo y necesario que las entidades públicas o privadas que tienen relación con las actividades culturales hagan posible la publicación de su obra poética completa.
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Lima: Antares, 1987. Esta reseña fue publicada en La Palabra, suplemento del diario Actualidad. Lima, 21 de febrero de 1988, p. XV.

lunes, 27 de mayo de 2024

Westphalen: "“La poesía y el arte son inútiles”

 




Westphalen, habitante del silencio*

Entrevista de Mito Tumi

 

Dos breves libros de poesía, publicados a los 22 y 24 años, respectivamente, bastaron para que Emilio Adolfo Westphalen obtuviera un lugar definitivo entre los grandes poetas de nuestra lengua. Contrariando este reconocimiento general, Westphalen abandonó tempranamente la escritura poética y se sumió en un largo y tenaz silencio que solo ha sido roto en ocasiones. Renunciando a las salvas y a la notoriedad pública que ciertamente merece, el poeta ha escogido ser un habitante del silencio y de un mundo ajeno a las estridencias. Acercarse a él no fue una tarea fácil, menos, convencerlo para una entrevista. Westphalen recalca que esas cosas no le gustan y se pregunta, extrañado, por el interés de la gente hacia él y su obra. Nos dice que ya lo han “exprimido” bastante en dos entrevistas anteriores y que tal vez ya no tenga nada más que agregar. Ante nuestra insistencia, acepta. Lo que sigue es un registro de esa conversación, y de los silencios del poeta y su renuencia a explayarse o hablar de ciertos temas, y de su cordial agresividad.

 

 

¿Por qué se refiere a las entrevistas como un interrogatorio o un hecho necesariamente compulsivo?

―Porque no me gustan estas cosas. Yo siempre he preferido el silencio, y ahora accedo a esta entrevista malgré moi, como dicen los franceses.

 

Lo que ocurre es que la gente que hace literatura o que le gusta la poesía siempre tiene ese deseo de acercarse y hablar con los poetas, de escuchar su palabra. Supongo que eso le pasó a usted con Eguren. ¿Cómo fue ese acercamiento?

―Yo fui con Martín Adán y Estuardo Núñez; ellos eran mis compañeros en el Colegio Alemán y ya habían visitado varias veces al poeta. Yo en esa época todavía no escribía poesía pero sí leía mucho y, además, admiraba a Eguren.

 

Los inicios

 

―¿Y su amistad con Martín Adán y Estuardo Núñez en su época escolar se inició a partir de sus afinidades literarias?

―No lo sé exactamente. Ese es el misterio de la amistad. El Colegio Alemán era muy pequeño y en esa época muchos alumnos escribían, aunque nunca se formaron grupos.

 

―¿Y en qué época comienza a escribir poesía?

―Cuando era un estudiante de Letras en San Marcos. Yo le mostré mis primeros poemas a Martín Adán y él fue muy generoso e indulgente con lo que yo había escrito. Pero no recuerdo más. He olvidado los detalles.

 

―Pero ¿cómo puede olvidar esos detalles que son importantes para cualquier poeta?

―Es que realmente uno nunca sabe cuáles son las cosas verdaderamente importantes.

―Usted escribió una vez que en el arte se trata de transmitir una emoción y no una idea. ¿Con eso estaría planteando que la poesía es una actividad basada en la inspiración y no un artificio o un producto rigurosamente elaborado, y la división del poeta como un chamán o un orfebre?

―Yo creo que el poeta no es chamán ni artesano exclusivamente, sino que debe tener de los dos. Para escribir poesía no basta la inspiración… hay que conocer ciertos principios básicos fundamentales y también hay que dominar el idioma. No basta la inspiración. La inspiración es muy vaga.

 

―En su poesía hay un raro equilibrio entre la libertad y el rigor formal producto del trabajo…

―No, el estilo no se trabaja, el estilo surge.

 

―Pero es producto de un trabajo constante…

―Yo diría que es como una planta que produce una flor. El poeta se alimenta de muchas cosas y tiene que escoger entre todas ellas.

 

―Usted ha contado que escribió en Amauta. ¿Cómo fue su acercamiento a Mariátegui?

―Fui con unos amigos. Mariátegui tenía una tertulia, yo diría que varias tertulias, una de ellas era literaria. Mariátegui era muy amable y muy amplio. No estaba ocupándose siempre del tema político. En ese ambiente seguramente me crucé con muchos escritores y con otros que no eran escritores. Ahí estaban siempre Martínez de la Torre, José Varallanos, Alberto Varallanos. Iban también sindicalistas como Portocarrero. Yo no tenía ninguna actividad política. Vinculaciones, sí, porque todo el mundo se conocía. Algunos años después, cuando fui, detenido, me acusaron de comunista.

 

―¿Cuánto tiempo estuvo detenido?

―Cinco semanas. Pero otra gente pasó meses en prisión. Fueron días muy duros. Primero estuve con los detenidos por delitos comunes, en una pocilga incómoda y sucia, sin luz. A las dos semanas me sacaron de ahí y me pusieron con los detenidos políticos. El hecho de estar encerrado en circunstancias tan duras crea cierta camaradería y solidaridad entre los detenidos. Ahí conocí al líder aprista Negreiros.

 

―¿Usted suscribiría esa frase de Vallejo: “El momento más grave de mi vida fue mi prisión en una cárcel del Perú”?

―No lo sé… la mía fue una experiencia dura y terrible, pero hay tantas experiencias duras en la vida…

 

Las Ínsulas extrañas

 

Usted escribió los poemas de Las ínsulas extrañas en 1931 y 1932. ¿Usted los escribió pensando en un libro con una estructura definida o fueron saliendo sin tener una idea global?

―Yo no escribo libros.

 

―Se lo decía porque también hay casos de poetas que se plantean un proyecto y lo ejecutan.

―Yo no soy de esos poetas. Yo me di cuenta que ya tenía un conjunto apreciable de poemas y los reuní en un libro. Las ínsulas extrañas fue hecho con un sistema de suscripciones por intermedio de don Enrique Bustamante y Ballivián, que tenía una imprenta. Yo mismo corregí y distribuí la edición de 150 ejemplares.

 

―¿No le pareció que era una tirada muy corta?

―Creo que 150 ejemplares es suficiente para la poesía. ¿Para qué más?

 

¿Y qué acogida tuvo el libro?

―Los comentarios los hicieron mis amigos, Vicente Azar, Carlos Cueto Fernandini, Luis Valle Goicochea. Esos comentarios no se hicieron en los diarios, sino en una revista que se llamaba Social.

 

Y luego, en 1934 y 1935, usted escribe los poemas de Abolición de la muerte.

―En esa época pasé por momentos difíciles. Estuve muy enfermo, casi medio año, con tifoidea. Estuve hospitalizado y allí tuve una experiencia muy extraña. La sala de la clínica daba al jardín y de pronto vi que venía una cabeza suspendida que se me acercaba. Yo me asusté. Imagino que estuve muy mal porque los médicos me mostraban siempre como un caso curioso. Cuando salí del hospital me sentía extraño porque había perdido contacto con el mundo exterior y todo me parecía muy distinto.

 

El surrealismo

 

―Esa alucinación se parece a un verso del libro que ya antes había publicado: “Una cabeza humana viene lenta desde el olvido”.

―Fíjese que nunca había pensado en eso. Eso pertenece al inconsciente y yo no sé nada del inconsciente.

 

―Es curioso que usted diga eso porque en su poesía está la huella surrealista.

―Sí, no lo niego, pero hay también otras huellas.

 

―Hay muchos críticos que sostienen que su poesía es netamente surrealista. ¿Usted comparte esa apreciación?

―Me han preguntado y exigido muchas veces esa definición que voy a tener que escribir algo para fijar mi posición. Yo reconozco la influencia surrealista en mi obra pero nunca me definí como surrealista. Tampoco creo en la escritura automática. Cuando escribí mis libros yo había leído el Segundo manifiesto del surrealismo, en la edición que tenía Eguren, y Nadja, de Bretón. Un poco antes de publicar Abolición de la muerte conocí a Moro, que regresaba del extranjero, quien me puso en contacto con otros libros de esa corriente, pero los poemas de Abolición de la muerte ya estaban todos concluidos y escritos antes. En esa época no era fácil acceder a textos surrealistas.

 

―¿Hubo en Lima los llamados actos surrealistas, como aquel de Sadoul abofeteando a una condesa en un besamanos?

―Lo único que hubo fue la exposición surrealista de 1935 en la que estuvimos Moro y yo, y luego, en 1939, sacamos El uso de la palabra; también estuvo el panfleto contra Huidobro. Pero los llamados actos surrealistas no los recuerdo. Tal vez los hubo cuando yo estaba fuera del Perú. Lo que sí recuerdo es que la exposición surrealista de 1935 causó mucho revuelo en Lima; para comenzar, en el catálogo de la exposición había esta frase: “El arte es un producto farmacéutico contra los imbéciles”.

 

El indigenismo y la poesía social

 

―En los años de la publicación de sus libros existió una tendencia indigenista. ¿Cómo fueron sus relaciones con los representantes de esa corriente?

―Fueron muy cordiales y respetuosas. Hay que recordar, además, que algunos poetas indigenistas utilizaban en su poesía técnicas tomadas de la vanguardia.

 

―A propósito del indigenismo, usted también escribió poesía social. ¿Qué piensa de ella?

―Sí, yo también escribí unos poemas sociales. Fue casi al mismo tiempo que la escritura de Las ínsulas extrañas o un poco después, no recuerdo muy bien, pero esos intentos no tenían nada de poéticos. Yo creo que si a algún poema se le encuentra después de escrito un sentido social, eso está bien, pero no creo que alguien deba sentarse a escribir un poema con una intención social deliberada. Si un poeta se dispone conscientemente a cumplir con un programa, pues no está haciendo poesía. Yo no sé por qué escribí esos poemas… quizá fue la presión de la época. Creo que la poesía y todo el arte no deben subordinarse a otros fines. ¿Cómo resultaría una sinfonía que se quiera basar en postular la bondad del Manifiesto comunista?

 

El Parnaso peruano

 

Volviendo al ambiente de la época, ¿cómo eran las vinculaciones entre los poetas?

―Recuerdo que Martín Adán, Moro y Luis Valle Goycochea vivían en la misma calle, en la calle del Corazón de Jesús, que desembocaba en la calle Huérfanos.

 

―En esa calle estaba el Parnaso peruano.

―Bueno, eso fue cuestión del azar. Martín Adán vivía en su casa, la casa de su familia; Moro había regresado de Europa y vivía en una casa con su madre, y Luis Valle Goycochea, que era un estudiante provinciano, vivía en una pensión. La situación de cada uno de ellos era diferente. No recuerdo cómo conocí a Moro, pero Luis Valle Goycochea estaba en la Universidad, trabajaba en la biblioteca. En realidad, no hubo una tertulia. A la casa de Martín iban sus amigos. Alguna vez creo que fue César Moro conmigo. Más asiduo era Valle Goycochea, pero los que iban con más continuidad eran los que estaban en la misma clase con Martín Adán, como Enrique Peña, Gonzalo Pérez, Manuel Irigoyen, Luis Fabio Xammar, José Alfredo Hernández, Xavier Abril. Pero grupos no existían. José Varallanos sacaba una revista, pero no había mucha actividad. Cuando alguien publicaba un libro no habían presentaciones, tampoco recitales. Los únicos recitales eran los de Bertha Singerman.

 

―En la época de Vallejo el crítico más conocido, o temido, era Clemente Palma. En los años de publicación de sus libros, ¿existía “el” crítico o “la” revista que consagraba o liquidaba a los poetas?

―Yo no recuerdo bien eso, además, siempre les he tenido alergia a los críticos. Pero existía gente como Bustamante y Ballivián y el mismo Eguren que acogieron con simpatía lo que yo había escrito.

 

“No tiene nada de dramático dejar de escribir poesía”

 

―¿Usted se sentía ante todo un poeta?

―No, yo nunca me he sentido un poeta.

 

―¿Por qué no le da importancia a ese rol de poeta, excluyente de las otras actividades?

―Es que esos roles suelen ser siempre imprecisos. No basta que una persona decida ser poeta. Lo que importa siempre es la calidad del poema, el producto, no la persona. El poema es lo que justifica la actividad poética.

 

Después de la publicación de Abolición de la muerte usted todavía escribió algunos poemas pero luego dejó de escribir. ¿Cómo ocurrió eso? ¿Hubo un abandono paulatino o fue una decisión tomada conscientemente, una renuncia deliberada?

―Yo no sé realmente cómo ocurrió eso. Por lo demás, no tiene nada de dramático que uno ya no escriba poesía. Sencillamente, no pensé más en eso… Para escribir poesía hay que estar en un estado de disposición completa, que depende en parte de uno, pero solo en parte… porque hay también otras circunstancias, y si no se presentan esas circunstancias pues…

 

―¿En todo este asunto no tiene que ver el hecho de que haya sentido que la poesía era algo inútil?

―La poesía y el arte son inútiles.

 

―¿Usted sentía esa inutilidad cuando escribía sus poemas?

―Bueno, pero esa no es ninguna razón para no escribir.

 

―Usted tiene un poema titulado precisamente “Poema inútil”, que comienza así: “Empeño manco este esforzarse en juntar palabras”. ¿Cree que siempre es inútil escribir poesía?

―Sí, creo que sí.

 

―¿Inútil inclusive para el poeta?

―Cuando uno escribe, en ese momento, la poesía no es inútil.

 

―Entonces no es inútil. ¿Escribir era una tortura para usted?

―No, para mí no era una tortura escribir. Aunque tal vez hay frustración cuando el esfuerzo que uno hace para escribir no resulta satisfactorio, pero eso se resuelve rompiendo el poema.

 

―Usted también ha mostrado mucho interés por la pintura.

―Bueno, yo también he pintado algunos cuadros, que hasta estuvieron en una exposición en Ecuador, pero la pintura no fue una actividad continuada, pues solo duró algunos meses.

 

―Esa necesidad de expresión que se canceló a través de la poesía, ¿se derivó de algún modo hacia la pintura?

―No, no hubo derivación.

 

―¿Y era usted un pintor surrealista?

―No lo sé.

 

Chocano, Vallejo, Eguren

 

―Cuando usted publicó sus libros Chocano todavía estaba vivo. ¿Cuál fue su actitud frente a la poesía de Chocano?

―Yo admiraba mucho a Eguren, como ya he dicho. Creo que la poesía de Chocano ya no tenía vigencia en esa época.

 

La impresión que da es que para ustedes es que Chocano ya estaba muerto desde 1905.

―Algo así.

 

―¿Y cómo tomó usted la poesía de Vallejo?

―En Vallejo apreciaba la carga afectiva. El asunto es que existen varios Vallejos. Está el de Los heraldos negros, el de Trilce, el de Poemas humanos.

 

¿Cuál es el Vallejo que usted aprecia más?

―Me parece que es el de Trilce.

 

―¿Por lo que tiene de vanguardista?

―No, porque es el más Vallejo de todos. En esa época todavía no existía la veneración a Vallejo, eso se dio después. Yo creo que Vallejo no ha sido entendido del todo por la crítica. Mariátegui, por ejemplo, habla de Vallejo como el poeta de la estirpe. Yo no sé qué ha querido decir con eso de poeta de la estirpe… También Luis Alberto Sánchez, a quien yo le reconozco muchos méritos, pero creo que no tiene sensibilidad para la poesía.

 

―A propósito de considerar a Vallejo como el poeta de la estirpe, ¿usted cree que puede decirse de alguien que es el poeta de la peruanidad, de la nacionalidad?

―El Perú es un conjunto de muchas culturas; hay, entonces, tantas poesías como culturas existen… Oiga, ¿usted nunca se cansa de hacer preguntas?

 

Cuando usted visitaba a Eguren, ¿le hacía muchas preguntas?

―¡No! ¡Qué le iba a preguntar yo a Eguren! Yo era muy tímido. Se hablaba de cualquier cosa, eso era lo bueno de estar con Eguren, de vez en cuando se hablaba de literatura. Eguren hablaba de muchas cosas, y yo creo que era una defensa, pues para que no le hicieran preguntas, él hablaba. Sin embargo, de él aprendimos, como ya lo he escrito, que la poesía es más poderosa cuanto más frágil.

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* Tomado de El Caballo Rojo, suplemento de El Diario de Marka. Lima, 22 de mayo de 1982, pp. 8-9.   

 

 

 

 

  


lunes, 20 de mayo de 2024

Poetas piuranos I


 

Historia*, de Carlos Guevara Morán

Luis Alberto Castillo
 
 A mediados de la década de los setenta surge en la cálida ciudad de Piura una generación de poetas que inician la publicación de sus poemas en la revista Ave Destino. Responsables de ella eran los jóvenes poetas Carlos Guevara, Sigfredo Burneo y Mito Tumi. Posteriormente, Guevara y Tumi se trasladan a Lima, donde siguen frecuentando a las musas y “fatigando la infamia”, como gustan decir, citando a Borges, por quien guardan gran admiración.
Con una concepción definida de la poesía y un estilo ya formado, Carlos Guevara  (Piura, 1952) publica Cerrando los postigos (1982), libro escrito varios años antes de su publicación. Poemario donde se puede percibir un poco la influencia del maestro Jorge Luis Borges, contiene también el signo connotativo en la poesía de Guevara: el tono sombrío, escéptico, y el sentimiento de la frustración como una forma de existencia del hombre.
En 1983 Guevara obtiene el primer lugar en el concurso de poesía convocado por la Municipalidad de Lima, con su poemario Campo, publicado en 1985. En él su poesía se torna más íntima, y el poeta nos habla desde su propia experiencia, pero sin dejar de aludir a lo fugaz y azaroso del ser, así como a la soledad como característica de lo humano.
Su último libro, Historia, obtuvo mención honrosa en el concurso Julio Cortázar (Argentina) efectuado recientemente.
Para Carlos Guevara, la historia, más que relación de sucesos es un motivo para indagar en la conciencia de los personajes que, de alguna manera, han influido en el devenir de la humanidad y cuyos nombres permanecen en la memoria de los hombres. Seres míticos, héroes o divinidades se nos presentan en el acto en que lo temporal y lo eterno tienen su conjunción en el instante: “La simple ejecución de un acto / como escanciar el vino / es siempre indescifrable. Mirar el color de esta aurora / podría ser el mar en el porvenir / o una vasta tristeza, / o un corazón” (Darío / 485 a. C.).
Asimismo, su visión de la historia, y en consecuencia la del hombre, es pesimista. El mundo será siempre el mismo a través de los tiempos. Así nos lo sugiere en el poema final del libro: “Piensa en los dioses que han muerto, / en el destino de algunos hombres / que inútilmente buscaron la perfección / Se levanta. En el jardín / el colibrí junto a la rosa / lo distrae por un instante. / Después nada / Los mismos afanes bajo el sol, / temores y hábitos / como una batalla interminable” (Gilgamesh, el inmortal).
Poeta y narrador, Guevara ha obtenido también el premio de cuento José María Arguedas (1979), de ahí su destreza en el manejo de la palabra, tanto en el verso como en la prosa.

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* Guevara Morán, Carlos. Lima: Trobar Clus, 1987.
Reseña publicada en: “Vitrina de Papel”. La Palabra, suplemento del diario Actualidad. Lima, 3 de abril de 1988, p. XV.

miércoles, 15 de mayo de 2024

Westphalen: recuerdos y olvidos

 


Recuerdos y olvidos: igual que siempre


Un apunte autobiográfico del gran poeta peruano*

 

Escribe: Emilio Adolfo Westphalen


El ingeniero Michel Fort tuvo la gentileza de pedirme que completara unos datos biográficos míos. Dicté entonces el siguiente texto a la señorita Isabel Judith Carrillo. El ingeniero Fort es el generoso emprendedor y eficaz presidente de la Beneficencia Francesa (desde hace 20 años) y no podía negarme en vista de los múltiples favores recibidos. Este es el resultado de mis recuerdos parciales y poco fiables.

 

Emilio Adolfo Westphalen nació en Lima en la calle Plateros de San Pedro, el 15 de julio de 1911 y fue bautizado en el Sagrario de la Catedral.

Sus padres fueron Emilio Westphalen Wimmer, nacido en Arequipa en 1881, y su madre doña Teresa Milano Barbagelata, nacida en Lima en 1891. El abuelo paterno de E.A.W. había nacido en Berlín en 1840. La familia no tiene mucha información acerca de él, lo único que se sabe es que muy joven escapó del hogar, pues parece que no estaba conforme con la tradición familiar que obligaba a los hijos varones a servir en el ejército del rey de Prusia. Estuvo algún tiempo en Londres y luego vino al Perú, vía Valparaíso, donde en un maremoto perdió todas sus pertenencias. El dato verificable es el de su matrimonio en Arequipa. El abuelo firmaba Carl Friedrich Wilhelm Adolf von Westphalen. Se casó con doña Josefina Wimmer Rojas, nacida en Chincha, cuando tenía 40 años y doña Josefina solamente 16. E. A. W. no tiene información sobre lo ocurrido con él desde el maremoto de Valparaíso.

Los padres de doña Teresa Milano Barbagelata fueron el capitán de Navío Stefano Milano y doña Marieta Barbagelata. El capitán de Navío vino al Perú trayendo en su barco no solamente a la familia de su esposa, sino a varias emparentadas: Olivari, Massaro, Ferrari. Los ancestros de su abuela eran piamonteses y feudatarios de la casa de Saboya desde el siglo XI.

Una anécdota curiosa es que E. A. W. no escuchó nunca en la casa de la abuela mencionar al abuelo. Muchos años después se enteró que el capitán de Navío había abandonado a su familia, a una hija nacida en Italia y a tres nacidas en el Perú.

E. A. W. completó tanto la primaria como la secundaria en el Colegio Alemán de Lima. Era uno de los alumnos más jóvenes de la clase y, por tanto, tímido. Era estudioso y sobresalía sobre todo en matemáticas. Uno de los profesores que más influyó sobre él fue el doctor Emilio Huidobro, de nacionalidad española, quien le enseñó las reglas gramaticales de nuestro idioma. Una de las tareas que daba el profesor era leer capítulos de El Quijote y presentar después un resumen. Una circunstancia muy importante fue que entre sus condiscípulos estaba Rafael de la Fuente Benavides, que después hizo famoso el seudónimo de Martín Adán. Él lo inició en la poesía y en la lectura de José María Eguren. Rafael de la Fuente le daba a copiar sus poemas y más adelante, con Estuardo Núñez, visitaron varias veces la casa de Eguren.

Cuando E. A. W. terminó sus estudios escolares se presentó a la Escuela de Ingenieros, sin conseguir ingresar. Dos años después no tuvo problema para ser alumno de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, en la Facultad de Letras. En la Universidad Nacional Mayor de San Marcos sus estudios se vieron cortados por el cierre de la Universidad por el gobierno de Sánchez Cerro. Solamente pudo estudiar tres años de Letras y tres años de Derecho y, solo muchos años después, subsanó los cursos que necesitaba para ser declarado apto para optar el doctorado en Literatura. En la Universidad, uno de sus profesores fue el doctor Raúl Porras Barrenechea, quien propuso que varios alumnos de su curso de Literatura escogieran un escritor español contemporáneo y dieran una clase sobre él. E: A: W. escogió al filósofo y literato don José Ortega y Gasset; y el texto elogiado por el doctor Porras fue publicado por éste en la revista Mercurio Peruano. 

Primeros escritos

Desde entonces, E. A. W. ha colaborado en las más importantes publicaciones periódicas del Perú y en algunas del extranjero, tales como en Bolívar de Madrid, España, y Front de la Haya, en Holanda.

Desde muy joven, E. A. W. ha mantenido correspondencia con escritores nacionales y extranjeros como Jules Supervielle, don Alfonso Reyes, Juan Larrea, Benjamín Peret.

El primer libro de poemas de E. A. W. se publicó el año 1933, editado por don Enrique Bustamante y Ballivián, quien consiguió suscriptores para esa primera edición de 150 ejemplares. El libro lleva el título de Las Insulas Extrañas, un verso del más hermoso poema escrito en español: “El cántico espiritual” de San Juan de la Cruz. La obra fue muy bien recibida en Lima y publicaron críticas muy elogiosas Carlos Cueto Fernandini, Vicente Azar y Luis Valle Goicochea. El autor también recibió cartas elogiosas de un crítico polaco que deseaba traducir los poemas a su idioma. Igualmente Sherry Mangan, poeta norteamericano, elogió la obra e incluyó, con su carta, la traducción de un poema.

Otras reacciones favorables fueron las de Vicente Huidobro, don Juan Larrea, el dramaturgo mexicano Celestino Gorostiza, el filósofo argentino francisco Romero, Bertrand de Jauvenel, director de la revista literaria Grande Route. Pero lo que más impresionó a E. A. W. fue recibir una tarjeta de Valerio Larbaud, pues tenía gran admiración por ese escritor francés.

En 1933 se marcó por otros sucesos importantes la vida de E. A. W. Como continuaba cerrada la Universidad y carecía de recursos para viajar a alguna ciudad en el país o fuera de éste, E. A. W. aceptó la propuesta de un tío para trabajar en la firma Mauricio Hochschild y Cía. Ltda., exportadores e importadores de minerales y metales. Igualmente en ese año conoció a César Moro, quien acababa de regresar de París. Ya E. A. W. había obtenido abundante literatura surrealista por medio de un librero parisién que le enviaba todas las novedades. Con la presencia de Moro establecía contacto con el único latinoamericano que había formado parte del grupo surrealista. Con Moro también asistió al curso de psiquiatría que dictaba el doctor Honorio Delgado, para los alumnos de San Fernando en el hospital “Víctor Larco Herrera”.

Dos años después, Moro organizó con María Valencia, pintora chilena, una gran exposición que incluía, principalmente, obras de Moro y algunas piezas de María Valencia y tres o cuatro artistas chilenos más. Moro preparó un catálogo que causó alboroto, para el cual E. A. W. tradujo algunos poemas de Paul Eluard.

Ese año E. A. W. publicó su segundo libro de poemas: Abolición de la muerte. Esta vez el costo de la impresión fue por cuenta del autor. Aunque el autor considere este libro mucho mejor que el anterior, hubo muy pocas reacciones. Sólo el doctor José Jiménez Borja escribió una nota elogiosa en La Prensa.

El año siguiente pulularon los soplones bajo el gobierno del mariscal Benavides y nadie estaba libre de caer en las redes policiales, aunque no realizara actividad política alguna. Así resultó preso E. A. W. y hubiese permanecido mucho tiempo en prisión, al igual que otros compañeros (José María Arguedas, Manuel Moreno Jimeno), pero pudo ser liberado por gestiones del senador Málaga Santolalla, amigo de su padre. También César Moro fue hostigado por la policía y entonces decidieron viajar a México. Don Alfonso Reyes gestionó la visa para E. A. W. Este se vio obligado para obtener recursos a vender gran parte de su biblioteca, la cual fue adquirida por la Municipalidad de Lima. Posteriormente, César Moro viajó a México, pero E. A. W. prefirió quedarse en Lima habiendo obtenido seguridades de no ser molestado.

Agitación cultural

En el ínterin E. A. W. colaboró con Moro en la publicación de un panfleto contra Vicente Huidobro, y con él planearon una hoja de poesía y crítica, que solo pudo aparecer en Lima en 1938, con el título de “El uso de la palabra”. Al igual que el catálogo publicado por Moro, esta hoja levantó gran revuelo en el público limeño.

Durante la Guerra Mundial por las dificultades para asegurar los envíos de minerales disminuyó mucho la actividad de la firma donde trabajaba E. A. W., lo cual le permitió dedicar buen tiempo a la lectura, prefiriendo obras de psicología y etnografía, siendo la que más le impactó Antropología Filosófica de Ernst Cassirer. E. A. W. permaneció en la firma Hochschild durante trece años, al cabo de los cuales, con el dinero de la indemnización, decidió publicar una revista, no dogmática sino abierta a muchos horizontes. Se llamó Las Moradas y colaboraron en ella muchos de los poetas españoles en el exilio, como Jorge Guillén, Pedro Salinas, Emilio Prados. Se dio también amplio espacio a las nuevas generaciones; los primeros textos que aparecieron en Lima de André Coyné, Javier Sologuren, Blanca Varela, Francisco Bendezú. También algunos dibujos del jovencísimo Fernando de Szyszlo. Los temas eran muy variados, no solamente de literatura y arte sino música, filosofía, antropología, marcando todos los intereses culturales.

La revista tenía una excelente presentación y había un cuadernillo para las ilustraciones. Cada número contenía unas cien páginas de texto; desde el principio fue bien recibida y ganó muchas adhesiones. El célebre escritor inglés T. S. Eliot autorizó la publicación en la revista de uno de los ensayos traducido al español. Otra primicia fue un artículo escrito especialmente por el gran historiador de arte George Kubler sobre la arquitectura en Lima. Se publicaron también textos sobre teatro, música. Para citar sólo algunos de los principales colaboradores, E. A. W. nombra a don Alfonso Reyes, Antonin Artaud, Paul Claudel, doctor Honorio Delgado, Rodolfo Holzmann, Karl Jaspers. No olvidará un famoso texto de Eleonora Carrington (“La-Bas”) traducido por Moro y el más hermoso poema escrito por Moro en francés “Carta de amor”, que E. A. W. tradujo para la revista.

Se formó un grupo de amigos de la revista cuando se vio el peligro que desapareciera, por falta de fondos, lo cual sin embargo ocurrió en el número 7-8. Por azar hubo en ese entonces un concurso para traductores de las Naciones Unidas (1949), al cual se presentó E. A. W. y pudo trasladarse a Nueva York, donde permaneció seis años como funcionario del organismo internacional.

Migraciones

El ambiente cultural de Nueva York hizo gran impresión en E. A. W., quien conoció en dicha ciudad a numerosos artistas y escritores de toda nacionalidad. Se puede mencionar a Gabriela Mistral, que hacía poco había recibido el Premio Nobel de Literatura.

En Nueva York, E. A. W. pudo presenciar el surgimiento de un importante movimiento de arte: “Action Painting”. E. A. W. se deleitó con las oportunidades que daba Nueva York de asistir a conciertos, a cargo de los mismos compositores, como Stravinsky, Hindemith y Copland. Vio mucho teatro de todas las naciones, incluyendo el teatro griego antiguo, el japonés y el hindú; sin olvidar a famosos bailarines españoles de flamenco.

Una de las personalidades que tuvo ocasión de entrevistar y que más le impresionó fue la socióloga y filósofa Hanna Arendt.

En Nueva York, E. A. W. dio dos conferencias sobre poesía peruana en la Casa Hispana de la Universidad de Columbia. Una fecha de esas conferencias coincidió con el nacimiento de su hija Inés el 9 de enero de 1956. E. A. W. se había casado con Judith Ortiz Reyes, oriunda de Catacaos, en Piura, doce años antes. Algunos días más tarde se enteró del fallecimiento de César Moro, en Lima el 10 de enero. E. A. W. siempre mantuvo correspondencia con César Moro, cuando estaban lejos uno del otro, él 8 años en México y E. A. W. 6 años en Nueva York. En sus últimas cartas le habló de su enfermedad, pero nada hacía prever que el desenlace vendría tan rápido. Como E. A. W. juzgó que Manhattan no era el mejor ambiente para criar a una niña, en abril de 1956, dejó las naciones Unidas y tomó un barco con su familia para Gibraltar.

Su gran amigo Sherry Mangan estaba allá, en un pequeño puerto de pescadores, al sur de Málaga y le animó a reunirse con él.

Santa Fe de los Boliches no tenía sino un par de calles de pequeñas casas de pescadores y unos cuantos chalets para los veraneantes. Alquilar uno de ellos no era caro y se consiguió uno a la orilla de la playa que se extendía dos kilómetros hasta Fuengirola. En los boliches celebraron el primer cumpleaños de su hija Inés. Pero ya habían comprobado que el chalet no era apropiado para el invierno, cuando empezaron a soplar los vientos helados de la sierra. Como el amigo Jorge Piqueras le había informado que no le resultaría mucho más caro instalarse en Italia, E. A. W. y su familia viajaron de Algeciras a Génova y de allí por tren hasta Florencia.

En los trámites para el viaje, E. A. W. cogió una fuerte gripe y en Florencia tuvo que quedarse en cama en el hotel. Por intermedio de Jorge Piqueras y de su esposa, E. A. W. pudo instalarse en un villino que alquilaba en las laderas de Fiésole, una llamada condesa Krauss. Era extraordinario el panorama que se tenía de la casita: entre los dos cipreses que había en el minúsculo jardín se veía al fondo el Duomo de Florencia.

Pronto E. A. W. recibió la visita de un antiguo amigo, José María Domínguez, que había trabajado con él como traductor y que entonces era funcionario de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO). E. A. W. fue solicitado para que trabajase en ese organismo. Al principio recibió trabajo para hacer en la casa, pero pronto se le hizo saber que la organización requería que se trasladara  a Roma como empleado estable. Durante esos meses, pasaba los fines de semana en Fiésole y los otros días en un hotelito en Roma. Después de unos meses se normalizaron las condiciones de trabajo con la FAO y pudo instalarse en un departamento, en el corazón mismo de la ciudad antigua, en el Palacio del Grillo: una hermosa construcción barroca que contenía una portada de Bernini, un ala del edificio incluía una torre medieval y todo estaba adyacente al foro de Augusto y al mercado de Trajano.

E. A. W. conocía Roma, adonde fue invitado en 1951. En esa ocasión decidió que Roma sería la ciudad en que maría residir. En 1961 nació en Roma su segunda hija, Silvia.

E. A. W. permaneció en Roma hasta 1963, cuando llegaron unos amigos peruanos, que formaban parte del equipo electoral del que fue presidente Belaunde. Ellos le persuadieron de que era la oportunidad para regresar a Lima. Sin embargo, no consiguió ninguna ocupación durante el primer año y sólo cuando José María Arguedas fue nombrado director de la Casa de la Cultura, éste le hizo contratar para que publicara la revista de la institución. Una innovación que E. A. W. obtuvo de Arguedas fue que toda colaboración en la revista se pagara. El sueldo que recibía E. A. W. no era notable: los 400 soles apenas si bastaban para pagar el alquiler del departamento que había tomado.

Salieron ocho números dirigidos por E. A. W., quien quiso que figurara su nombre, por haber ya aparecido un número sin su intervención y en vista de que tanto el director como el subdirector de la Casa de la Cultura podían hacer aparecer en la revista textos solicitados por ellos.

Por entonces el doctor Augusto Tamayo Vargas le pidió a E. A. W. que enseñara en la Facultad de Letras de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, E. A. W. escogió deictar dos cursos de arte precolombino: uno del Antiguo Perú y, el otro, sobre la m isma época en toda América.

En la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, E. A. W. formó parte del comité de extensión universitaria que presidía el doctor César Arróspide de la Flor.

En 1967, el arquitecto Santiago Agurto Calvo, en ese entonces rector de la Universidad Nacional de Ingeniería, le propuso a E. A. W. que trabajara en esa universidad haciendo labor de extensión cultural, principalmente una gran revista de artes y ciencias. La revista que entonces dirigió E. A. W. adquirió mucho más importancia de la que tuvo Las Moradas, su tirada fue de tres mil ejemplares. La única exigencia fue la de incluir en cada número la colaboración de Mario Vargas Llosa y que se tratara de algún tema relacionado con las ciencias. Como es mejor acudir a la opinión de un extraño, E. A. W. va a insertar aquí la opinión del profesor Roberto Paoli: “No puede entenderse ni valorarse del todo la mente de Westphalen, su superior finura, la estética misma de la que surgen sus versos, si se hace caso omiso de la actividad intelectual desplegada por el autor durante varias décadas, en calidad de heraldo de América Latina no solo de la vanguardia, sino de la misma modernidad. En Westphalen hay una absoluta modernidad de gustos, sin obligaciones ni nostalgias hacia el pasado. Westphalen es un hombre totalmente de su siglo, absolutamente moderno. No encontramos en él ningún indicio de esa “superstición de pasados” que, en varia medida, está presente en todo intelectual tanto europeo como contemporáneo. La amistad con César Moro, la colaboración en el catálogo y la preparación de la exposición surrealista de Lima, de 1935, y más tarde la creación y dirección de las dos más vivaces y rigurosas revistas de América Latina (Las Moradas, Amaru), sin mentar otras iniciativas, son momentos de su aporte de competencia, inteligencia y gusto a la puesta al día de la cultura no solo peruana sino de toda Hispano-América”.

El fin de una época

La publicación de Amaru contó con excelentes colaboradores y su prestigio fue grande. En los catorce números que llegaron a publicarse se pueden encontrar los nombres de notables escritores tanto del idioma español como de célebres representantes de la literatura, el arte y la ciencia de todo el mundo.

A principios de 1971 se interrumpió la publicación de la revista; habían cambiado las autoridades universitarias y quedó sometida a la autoridad administrativa del ingeniero Noriega Calmet, quien luego de manifestar su poca complacencia con el carácter de la publicación, determinó que no se pagarían más las colaboraciones y que él mismo intervendría en la revista.

Esta situación hacía imposible que E. A. W. continuara en la Universidad Nacional de Ingeniería. Algunos amigos se preocuparon por la nueva ocupación que podría dársele y fue entonces que E. A. W. fue nombrado agregado cultural de la Embajada peruana en Roma. De ese período de su vida E. A. W. prefiere no hacer comentarios.

En 1977 E. A. W. obtuvo el Premio Nacional de Cultura en el área de literatura, según decidió la comisión técnica del concurso, habiendo obtenido tres votos frente a los dos que obtuvo el doctor Luis Alberto Sánchez y uno el escritor Mario Florián.

Ese veredicto levantó una polémica con visos políticos y sólo después de varios meses el ministro de Educación decidió que, en forma excepcional, el premio se otorgaría a los tres escritores que obtuvieron votos.

En 1976 enfermó gravemente Judith Westphalen (conocida pintora con exhibiciones personales y colectivas en Lima, Nueva York, Florencia, Roma, Madrid, México y Bruselas), quien falleció el 31 de diciembre.

En 1977 E. A. W. fue enviado a México como Ministro Cultural; en 1980 a Lisboa. En la Embajada Peruana en Lisboa, el secretario armó un incidente muy desagradable que lo obligó a pedir los pasajes para volver a Lima.

Desde entonces E. A. W. reside en Lima, donde ha intervenido en diversos actos culturales, aparte de haber colaborado regularmente en la revista Debate y en varios coloquios internacionales.

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 * Tomado de  Artes & Letras, suplemento cultural del diario El Mundo. Lima, 17-18 de junio de 1995, pp. D4-D5.