lunes, 17 de junio de 2024

La larga marcha del jazz

 

La larga marcha de una música

El jazz escarnecido y victorioso*


Francisco Bendezú

 

Prehistoria

En 1619, catorce desdichados negros, traídos del Congo y la Costa de Oro, fueron vendidos como esclavos a ciertos igualmente anónimos colonos de Virginia (EE UU) ¡La semilla prehistórica del jazz estaba aventada en las praderas de Norteamérica! ¿Quiénes fueron esos pobres seres remotos, hermanos oscuros y golpeados, arrancados abusiva e ignominiosamente de su África natal? Con toda seguridad no lo sabremos nunca. Pero, con toda seguridad también, con ese “cargamento de ébano” llegaba el rayo de luz deslumbradora y el clímax de dramática alegría ­―¡a pesar de todo!―, ritmo sincopado1 e insólita polifonía2 que iban a modelar los rasgos característicos del rostro musical de nuestro siglo moribundo. Entretejido de nostalgia y rabia, fervor esperanzado de vivir y protesta, no por asordinada menos radical, contra la injusticia flagrante de una sociedad alienada, fue tomando cuerpo una expresión artística sin fronteras: el jazz. ¿Qué extraño proceso se produjo, qué misteriosa simbiosis dio a luz a esa música que hoy componen, interpretan y bailan todos los pueblos de la Tierra? Las fuentes y documentos que poseemos son a menudo poco convincentes, no nos permiten desentrañar la realidad auténtica de la prodigiosa y triunfal amalgama que trasunta el jazz: relaciones de viajes, especulaciones metafísicas, conjeturas ingeniosas, descripciones teñidas de subjetivismo, fragmentos novelescos, invenciones maliciosas, gratuitas o caprichosas, etc. ¡Y hasta hoy! ¿No leímos acaso en nuestro propio país, hace cuatro años3, la más burda y canallesca nota sobre el origen del jazz, y anónima por supuesto? Como le quiero evitar al lector la búsqueda y comprobación, se la transcribo tal cual:

           “Pues bien, cuéntase que un tal Jasbo Brown, músico honesto y muy serio,                                     tradicionalista en su arte, sin humos de creador pues sencillamente era un simple                         tocador de corneta, que poco a poco se dio a la bebida, fue el iniciador. (!!!)

            El director del grupo musical, para quien trabajaba, se enfurecía, porque                                        destruía la composición que tocaban pero el público presente aplaudía y se reía                           entusiasmado, llegando a iniciar algunos bailes tan disparatados como la                                        música que él estaba creando sin darse cuenta.

        Y así nació el “Jazz” (¡!!) que rápidamente se hizo popular, tomando el nombre de su                     creador, Jas, que era el nombre como lo llamaban al modesto músico de corneta”.   

¿Cabe mayor desaguisado? Tan ruin y repulsiva nota, que de un plumazo soluciona todos los intrincados problemas históricos, geográficos, armónicos, rítmicos y melódicos que plantea la indagación del origen del jazz, no fue jamás condenada (o siquiera enmendada). ¡Quizá cuántos criterios inocentes y de buena voluntad no habrán sido envenenados por el artero cronista que escribió esas a todas luces deplorables e insidiosas líneas! El desaprensivo (o demente) gacetillero (¡innoble cagatintas!) ignora quizá que la bibliografía sobre el jazz sobrepasa los 3,000 títulos y que los artículos escritos sobre el tema suman centenares de miles. Con certeza ignora que el jazz se cultiva y estudia no solamente en los EE UU (¡en sus universidades!), sino que también en Alemania, Inglaterra, Francia, Italia, la URSS, España, países nórdicos y bálticos, etc. Idénticamente desconoce las opiniones de Stravinsky: “Es la más bella música que jamás ha existido”. Y la del director clásico Leopoldo Stokowssky: “El jazz subyuga, atrae, embelesa y convierte el cuerpo en algo que vibra”. Tampoco sabe que Ravel, Stravinsky, Hoenegger, Hindemith, Berg, Copland y muchos más sufrieron el influjo del jazz en varias de sus obras y agradecida y jubilosamente lo reconocieron. ¿Es posible, pregunto yo, que el capricho de un beodo desencadene tan fantástico interés y arranque tan rendidas alabanzas de los más geniales músicos de nuestro siglo? Por ello he intitulado mi nota: “El jazz escarnecido y victorioso”.

El Ragtime y Nueva Orleans

El jazz está constituido por la suma y combinación de elementos heterogéneos: aportes netamente africanos4 los mejores intérpretes y compositores de jazz son negros―, cantos evangélicos blancos, guitarras pletóricas de la desgarradora e interiorizada improvisación española (el pianista “créole” Jelly Roll Morton solía afirmar que sin el “spanish tinge” era imposible de articularse el discurso sensible del jazz), motivos folklóricos surgidos de las plantaciones de algodón del sur de los EE UU y de las trágicas y sobrecogedoras hileras de los presos de color con los pies atados  por el tobillo a bolas de hierro, melodías alteradas de populares piezas de baile y marchas francesas y hasta del sordo martilleo de las cuadrillas de constructores de rieles y durmientes, el temblor cadenciosos de los trenes, los silbatos de vapor (“calliopes”), las campanas de las estaciones, las quejas de los flagelados, los gritos de júbilo de los libertos o manumisos, etc. En cierto modo fue un “pop art” avant la lettre, y no de la sociedad de consumo sino de los “humillados y ofendidos”, como hubiera dicho Dostoievsky. El jazz incorporó casi en bruto los rumores de la vida cotidiana. Musicalmente el “blues” consiste en la inserción de la tercera y séptima en la escala mayor, es decir con bemol, atenuadas o disminuidas, en suma. El cuándo ocurrió se pierde en la noche de los tiempos.

En la Feria Mundial de Chicago de 1883 se impone el “ragtime”, verdadera antesala del jazz. Scott Joplin ―autor de dos óperas: Guest of Honor (1903) y Treemonisha (1911)― es la figura más importante. Fue un gran pianista, inventivo, lírico y pasmosamente rítmico, de cuyo genio nos quedan los rollos de pianola que hasta hoy los aficionados escuchan (p. ej. el celebérrimo The Gambler, que fue el tema musical de un filme de Paul Newman del mismo nombre). Hubo otros muy notables pianistas de “ragtime” (en el fondo, estilo imitativo del banjo): James Scott, Tom Turpin, Louis Chauvin, Joseph Lam, etc. De paso anotaré que nuestra música criolla les ha copiado y saqueado a su regalado gusto, sin misericordia.

La boga del “ragtime” duró casi 20 años, pero a comienzos del siglo se perfila indecisa y brumosamente el jazz. ¿Qué significa esta palabreja? Las interpretaciones han sido múltiples: desde la que la hace provenir ―como ya hemos visto― del mítico Jasbo Brown, pasando por la que la considera como un apócope del verbo francés “jaser” (charlar, parlotear, dialogar); la que la estima una adición de la letra s al “ya!” (en vez de “yes”) de los turbulentos y tumultuosos auditorios negros de “Congo Square” de Nueva Orléans, plaza en la que se permitía, en las jornadas de descanso, tocar, cantar y bailar a los esclavos, hasta la más científica etimológicamente, la misma que, remontándose a los dialectos de la Costa Occidental del África, juzga que “jazz” es un término o vocablo que designa el trato carnal. En cuanto al lugar de nacimiento del jazz casi todos están de acuerdo en que la cuna fue Nueva Orléans, si bien Sedalia, San Luis y Kansas no dejan de tener partidarios.

El legendario trompetista Buddy Bolden (circa 1870-1931) pasa por ser la primera gran figura del jazz. Hasta ahora, sin embargo, no se ha encontrado un solo disco grabado por él5 pese a que el perspicaz escocés Iaing Lang guarda aún la esperanza de encontrar alguno. Alphonse Picou, Freddy Keppard, Lorenzo Tio, Jimmy Palao, Louis “Big Eye” Nelson, Manuel Pérez son nombres que nos dicen mucho al corazón, pero poco al oído (no grabaron, con excepción del rollizo y bebedor Keppard, aunque según la mayoría, tardíamente, cuando no era ni la sombra de lo que fue). Hacia mediados de la década del 20 arriba la época de oro de la insuperada e insuperable música de Nueva Orléans: Joe “King” Oliver y Louis “Satchmo” Armstrong, en trompeta; Johnny Dodds, Omer Simeon y Albert Nicholas, en clarinete; Kid Ory y Jimmy Harrison, en trombón; Jelly Roll Morton y Earl Hines, en piano; Arthur “Zutty” Singleton y Baby Dodds, en batería; Johnny St. Cyr, en banjo; Lonnie Johnson, en guitarra; Sidney Bechet, en clarinete y saxo soprano; Johnny Linsay, en contrabajo y … tantas figuras que perdurarán. ¿Cuáles son las características de esta música? Un vigor expresivo que no se repetirá nunca, un “feeling” que amotina las lágrimas, un “drive” y “punch” sólo comparables a la velocidad y potencia, agresividad y precisión de Tommy Hearns, que estoy seguro vencerá a Roberto Durán “Mano de Piedra”. El estilo Nueva Orléans fue y sigue siendo la juventud inmarcesible e imperecedera del jazz.

La era del “swing”

¿Qué es el “swing”? El crítico holandés Casper Höweler lo define como “el dinamismo psíquico de la inspiración”. No hallo, entre los centenares de explicaciones conocidas, una captación más cabal de ese inefable fluido, sin el cual un trozo, por más perfectamente ejecutado que esté, deja de ser sentido y vivido como jazz.

El vapuleado Benny Goodman –clarinetista diamantino– fue proclamado “King of Swing”, pero ¿qué es, al final de cuentas, frente a Duke Ellington o Lionel Hampton? Benny Moten, en 1932, ya tenía más “swing” (“Toby”, p. ej.). Y por último ¿no era su arreglista y alma secreta de su conjunto (¡pude haber dicho también “arma secreta”!) el injustamente relegado pianista y director Fletcher Henderson?

La era del “swing” fue la de lasa grandes orquestas: Duke Ellington, Jimmie Lunceford, Count Basie, Fletcher Henderson y, entre los blancos, los hermanos Dorsey –Jimmy y Tommy–, Artie Shaw –excelente clarinetista–, Bob Crosby –hermano de Bing–, Woody Herman y, naturalmente, el querido viejo Benny Goodman.

El sapiente crítico y músico francés André Hodier llama a este periodo “la etapa clásica”.

El “swing” aportó el “rift” (repetición intensificadora de un acorde), los bloques decisivos y deslumbrantes de trompetas y saxos, la movilidad serena y relajada del contrabajo, la romántica libertad creativa de los saxos, los solos de batería y un soplo oceánico de frescura, alegría y entusiasmo viril. Nunca se llegará a una más certera ejecución colectiva.

Los “fans” del jazz-jazz, tal como en Italia se decía “café-caffé” por uno legítimo, humeante y bien oliente, nos detenemos respetuosos ante la inmensa presencia de Charlie Parker, Dizzy Gillespie, Thelonius Monk y Max Roach. Que todo lo demás son fríos, irregulares y extravagantes sonidos que devorará el tiempo. Con Miles Davis, Ornette Coleman, John Coltrane y Archie Shepp me aburro como una ostra, más que ver llover a la mesa de un bar umbroso. Con respecto a la música de jazz moderna (“free” y demás zarandajas) –con excepciones como el “Modern Jazz Quartet”, Bob Brookmeyer, Jimmy Giuffre, Stan Getz, Buddy de Franco, Cecil Taylor, Bill Evans, Gerry Mulligan. Elvin Jones, Sonny Rollins, Charlie Mingus y uno que otro más– pienso, como Goethe respecto a toda la música: “Es el menos desagradable de los ruidos”. Y cierro con Sartre: “Estimo el jazz. El pop como música no existe para mí, salvo excepciones”. Agregaré que el jazz “free” me parece una secuela de la malaria, la resaca asesina del ron con cerveza. Amén.

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 Notas:

1.     La síncopa es el desplazamiento del énfasis más enérgico y vigoroso hacia la parte del compás sobre la que, por lo general, no recae la acentuación.

2.     Ejecución simultánea o paralela de distintas líneas melódicas autónomas. Abunda en el estilo Nueva Orléans.

3.     La Prensa. Lima, jueves 10 de junio de 1976, p. 30.

4.     Es decir, básicamente, la imitación de la voz humana por los instrumentos como el banjo, el piano, etc., p. ej.

5.     El primer disco de jazz (“Livery Stable Blues”) lo grabó la “Original Dixieland Jazz Band” de NicK La Rocca el 26 de febrero de 1917, si bien un disco del mismo La Rocca (“At the Dartwon Strutter´s Ball”) lleva como fecha de registro de grabación el 24 de enero del mismo año.

 

* Tomado de El Caballo Rojo, suplemento de El Diario de Marka. Lima, 17 de agosto de 1980, n.° 14, año I, pp. 6-7.

 

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Como nació mi afición*

 

A muchos les debe de parecer una broma o un embuste el cómo nació mi afición al jazz. Pero se olvida que todo en la vida nos llega por los más diversos e impensados caminos. Tenía 25 años y jamás había sentido un apego absorbente o invencible por el jazz. Era un profano de polendas. Pero bastó una pregunta al desgaire que me lanzó una chica que me gustaba como el azúcar para determinar mi destino y despertar en mí una pasión hoy tan arraigada que no bastarían a arrancarla todas las catástrofes del mundo y el corazón. Su pregunta fue:

–¿Cuál te gusta más, Ellington o Armstrong?

Yo apenas los conocía, pero no podía quedar mudo o demostrar ignorancia ante una mocita de catorce años. Yo le escribía muchos de sus deberes escolares. Ella también, con gran sencillez correspondía a mis atenciones. Me entregaba versiones españolas, p. ej., de obras en inglés y hasta me tradujo una comedia íntegra. Me armé, pues, de valor y sin saber muy bien lo que decía, le respondí con la seguridad y firmeza del hipócrita o el enamorado:

–¡Ellington!

–¡Chócala! ¡A mí también! ¡Es más elegante!

(Años después, ya convertido en “fan” y casi en un especialista, averiguaría que no es la elegancia lo que le hace a uno proponer un autor o un intérprete). Pero a ella –Mercy Ramos Oliveira– le debo, incuestionablemente, una de las grandes y fecundas alegrías de mi vida: mi afición al jazz.

En cuanto a cuál me gusta más, a casi 30 años del episodio, hoy, honestamente no podría contestar con la certeza que ha tantos años me dio la ignorancia y el amor en combustión viva.

Me queda el consuelo y el orgullo, amigos, de haber sido el amor más puro el que me dejó para siempre jubiloso y maravillado a las orillas del río caudaloso, sombrío y nostálgico del jazz. Miro las aguas embrujado. Escucho la melodía ardiente. Ella llegó, por si acaso, a saberlo todo para tranquilidad de mi conciencia. ¡Cómo nos reímos cuando se lo conté! Y sé que a ella le terminó por gustar más Satchmo. La vida, como quería Sartre, está hecha fatalmente de elecciones. Hasta de elecciones caprichosas y no fundamentadas. ¡Y todo momento memorable se sobrevive! (Francisco Bendezú)

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* Tomado de El Caballo Rojo, suplemento de El Diario de Marka. Lima, 3 de abril de 1983, n.° 151, año III, p. 10.


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

   

 

 


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