Joao Cabral de Melo Neto:
La poesía, un género de minorías
ENTREVISTA DE RINALDO GAMA
A Joao Cabral de Melo Neto (Brasil, 1920-1999) se le ubica en la llamada Generación del 45. Es uno de los precursores de la ‘poesía concreta’ brasileña. Entre sus libros más importantes están Educación por la piedra y Muerte y vida Severina. De una entrevista concedida a la revista brasileña Veja extraemos sus puntos de vista sobre la poesía, Dios y la muerte.
—¿Por qué la poesía hoy tiene un número de lectores tan reducido?
—Siempre fue así. Por lo menos desde el Romanticismo para acá. La poesía es como un laboratorio del lenguaje. Una gran industria tiene una parte fabril propiamente dicha, pero tiene también un laboratorio. Es a partir de los ensayos del laboratorio que el producto pasa para su fabricación. Después de los “ensayos” realizados por los poetas, los novelistas, los dramaturgos o los escritores de telenovelas ven los resultados y hacen uso de esos logros descubiertos por los poetas en el laboratorio. Los libros de poesía se venden menos, mucho menos que las novelas, por ejemplo, pero si usted lee la historia de la literatura de cualquier país, de cualquier época, observará que ella comienza por la poesía de aquel lugar. La poesía es, pues, anterior a todos los géneros literarios; y después que estos surgen la poesía sigue siendo la puerta de ingreso, el primer andar de toda literatura.
—¿Está en crisis la poesía, como sostienen algunos críticos?
—No, de ningún modo. La poesía siempre fue y continuará siendo, por sus características de laboratorio del lenguaje, un género de minorías. Veamos, por ejemplo, el caso del poeta francés Stéphane Mallarmé, uno de los grandes poetas modernos. Él murió en 1898, conocido apenas por un grupo muy reducido.
—¿Los poetas están condenados a escribir para el desierto?
—Usted cuando escribe está creando un objeto. Crea independientemente del público que va a leer su trabajo. Se escribe poesía como se hace cualquier otra actividad: gimnasia, natación. Quiero decir, la poesía es una cosa más individual que social. Es un uso personal del lenguaje, el que, a su vez, es un instrumento social. La poesía es expresión directa de la mente del poeta; al contrario, por ejemplo, de la novela, donde los escritores se comunican de manera indirecta con el lector, valiéndose de los personajes.
—¿Qué busca un lector al comprar un libro de poesía?
—Para mí ésta continúa siendo una pregunta sin respuesta. Observo que el gusto por la poesía se encuentra en los lugares que menos se espera…
—¿Usted supo siempre que sería poeta?
—Cuando era niño no leía libros de poesía. Prefería Sherlock Holmes, esas cosas. En la época que estaba por dar el examen para la carrera diplomática, casi me cambio al periodismo. Un día fui a hablar con Assis Chateaubriand para ver si me daba un empleo en el periódico. Conversamos mucho, y en cierto momento él me preguntó si yo tenía experiencia periodística. Dije la verdad, que no tenía, pero que escribía bien. Él fue tajante: “Entonces no sirve. Usted debe ser escritor”.
—¿Ha leído a los nuevos escritores brasileños?
—Yo recibo muchos libros en mi casa, y puedo decir que nunca se produjo tanta poesía en el país, lo que es excelente. Hay quienes dicen que eso no es bueno. Yo, al contrario, pienso que de la cantidad se puede extraer la calidad. Mas, confieso que a los 72 años [edad que tenía el poeta cuando concedió esta entrevista. Nota del traductor], la gente piensa que puede tener sólo algunos meses de vida y decide no arriesgar. Es preciso, entonces, economizar tiempo. Leer no deja de ser una aventura. Si yo me meto en el libro de un escritor joven, puede no valer la pena, y perdí cinco o más horas en ello. En esas cinco horas yo podría estar releyendo a Shakespeare o cualquier otro autor que me ha marcado a lo largo de la vida. Ganaría con el placer de la relectura y también podría descubrir cosas que se me hayan escapado de aquella obra anteriormente.
—¿Acostumbra leer su propia obra?
—No. Jamás hago eso. Me da la sensación de vejez.
—¿Tiene miedo a la muerte?
Sí, lo tengo. Es gracioso; yo, un materialista convicto y confeso tengo miedo a la muerte. ¿Y sabe por qué? Por culpa del infierno. Racionalmente, yo no tengo fe. Fui criado en un medio católico, hice la primera comunión, estudié en colegio marista, en fin; pero desde que empecé a tomar conciencia de mí mismo, jamás asistí a una misa ni entré en una iglesia. Aun así, nunca conseguí apartar de mi mente aquel horror del infierno que me fue transmitido por los curas en las aulas.
—Como materialista que tiene miedo del infierno, ¿cuál es su concepto de Dios?
—Dios es como la línea del horizonte sobre el mar. Esa línea en realidad no existe; mas, para nuestros ojos el mar acaba ahí. Entonces, usted comienza a ir en dirección a esa línea y ella, a su vez, se va alejando. Dios es eso. La ciencia procura explicar lo desconocido, mas siempre hay un límite, una barrera para el conocimiento. Lo que está más allá de esa barrera es lo que se llama Dios. Los católicos dicen que Dios es lo inexplicable. Yo digo que Dios es lo aún no explicado por la ciencia. Si usted le hablase de física quántica a Descartes, él se quedaría en las nubes. En aquella época la física quántica podía ser Dios. Hoy ya tenemos explicaciones para lo que, hace siglos, era inexplicable. Y evidentemente continúan existiendo cosas sin explicación. O sea: Dios es apenas lo que los científicos de un determinado periodo no consiguen explicar racionalmente.
—¿Cree usted en algo que pueda mejorar la vida del hombre? ¿La política, por ejemplo, llevaría al bien común?
—En ese sentido, yo creo únicamente en la ciencia. Yo solo creo en las cosas concretas. La vida es material.
—¿Es por eso que su poesía solo trabaja con elementos muy concretos, palpables?
—Exactamente. No siento la menor necesidad poética de tratar temas metafísicos en el sentido filosófico del término. Nada que ver con los llamados poetas metafísicos, como el inglés John Donne, a quien admiro mucho. Si escribo “piedra” estoy hablando de algo que es más objetivo que “saudade”, por ejemplo, que dice cosas distintas a diferentes personas. O sea, consigo ser más preciso, me hago entender mejor y obtengo hasta un mayor público…
[Traducción: Luis Alberto Castillo]
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Fuente: Revista Veja, 9 de setiembre de 1992.
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