martes, 23 de febrero de 2021

Augusto Higa y el final del porvenir

 


Augusto Higa y el Final del Porvenir*

Lima: Editorial Milla Batres, 1992

 

 

El condicionamiento social, los patrones culturales, la idiosincrasia propia del habitante de barrio constituyen el motivo central del trabajo narrativo de Augusto Higa en Final del Porvenir, su primera novela.

Ambientada en el barrio victoriano de El Porvenir de ahí el título—nos lo describe así: “Nosotros vivíamos en esos edificios multifamiliares, y recuerdo su aspecto de madrigueras, aquellas oscuras galerías, los rústicos balcones, los tenebrosos pasadizos, y los cientos de ventanucos alrededor de las paredes. Sí, una verdadera montaña de cemento, con sus cuatro avenidas rodeándola…”.

 

El barrio, el micromundo, la pequeña patria, es el núcleo social limeño característico de distritos o zonas tradicionales como Barrios Altos, El Cercado, Breña, El Rímac o La Victoria. Como en la comunidad andina, en el barrio limeño se expresa el espíritu solidario de sus habitantes. Circunscrito a una manzana, una cuadra, una quinta o un edificio, las vivencias familiares se funden en la vivencia colectiva, donde la fiesta o la tragedia son asumidas por el grupo. Este es uno de los aspectos que recoge la novela de Higa, en la cual el protagonista no es el clásico “héroe” individual, sino un grupo de personas con un destino común, señalado por su condición de inquilinos precarios.

 

En la descripción de La Parada es, a nuestro parecer, cuando los momentos narrativos alcanzan la más alta calidad. Prosa fluida con la que el autor nos muestra un mundo abigarrado, denso, cargado de elementos disímiles.

 

Las malas noticias no vienen solas, es lo que nos dice, en el relato, el autor de la novela. La primera mención a las cartas notariales de venta de los departamentos a los inquilinos (p. 67) es acompañada por la evidencia de una plaga de sarna entre el vecindario. Otra manifestación de esta coincidencia se patentiza en la página 98. La muerte de Mácalo y la desaparición de tío Américo hacen decir a don Niko: “Llegó la saladera”; lo cual vendría a ser un nuevo presagio de lo que sucederá a los inquilinos. Páginas más adelante se verá a los agentes del banco merodeando por el edificio. “Rondan los cuervos” dirá don Niko. Finalmente, la última señal es el temblor, que precede a la confirmación de la pérdida del proceso judicial en la última instancia y la amenaza de desahucio o desalojo que pende sobre ellos.

 

Ajeno a los experimentalismos formales del llamado boom latinoamericano de los años sesenta, Augusto Higa asume un trabajo creativo más bien personal, ligado a su ambiente social y a sus raíces, cuyos resultados se están preparando en las marmitas de su ya conocido talento narrativo. (Luis Alberto Castillo)

 

 

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* Publicado en Revista, suplemento cultural de El Peruano. Lima, 6 de septiembre de 1993, p. 10.

 


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