viernes, 20 de octubre de 2023

Martín Adán

 


Martín Adán 
La disolución del absoluto poético*

LUIS ALBERTO CASTILLO


Martín Adán, seudónimo de Rafael de la Fuente Benavides (Lima, 1908-1985), es autor de La casa de cartón, Travesía de extra­ma­res, Escrito a ciegas, La piedra absoluta, entre otras obras fun­da­mentales de la poesía de habla hispana. El siguiente artículo es una de las múl­tiples lecturas de la creación martinadaniana.


“Realidad, el Ángel que me guía”, reza el epígrafe que antecede la obra poé­tica de Martín Adán.1 Realidad sí, pero no la de nuestros sentidos; no la rea­li­dad tangible, mensurable, pues:
La cosa real, si la pretendes
No es aprehenderla, sino imaginarla.
Lo real no se le coge: se le sigue,
Y para eso son el sueño y la palabra.
Afirmación concluyente que instaura el absoluto poético y hace de la poesía el tema central de su obra.


“Donde la rosa empieza”


¿Y cómo concibe Martín Adán la poesía? Su primera acepción es como génesis:
                 Dar cuerpo a un alma
Dar forma a lo infinito
Dar una hora al tiempo y al grito.
Como la deidad primigenia, el poeta da cuerpo y da forma, crea a través del verbo, forja el ser. El sentido afirmativo de esta concepción de la poesía corresponde a sus dos pri­me­ros libros: La rosa de la espinela y Travesía de extramares, que tienen como símbolos poé­ticos a la rosa y a la nave, respectivamente, y connotan vida y movimiento, pero también significan lo perecedero y lo fugaz.
En estos dos poemarios, donde las formas son tradicionales —dé­cimas o espinelas el primero y sonetos el segundo— la poesía se canta a sí misma, es ella unidad sin conflicto; pero el poeta —el hacedor— está au­sente, o es “la sombra del ser divino”.


“Poesía no dice nada”


La segunda acepción poética de Martín Adán es de sentido contra­rio a la primera, y expresa la percepción de la nada y la disolución del absoluto poético:
Poesía es la idea sin objeto
El rabo de la rata
Poesía es lo que sobra
Poesía es lo que me falta,
[...]
¡Ay, Poesía, Machu Picchu,
Es mi sentido de que no soy nada!
Aquí la poesía ya no crea ni funda el ser con la palabra; sus carac­te­­rís­ti­cas son el absurdo, la ironía y la ausencia de conceptos afirmativos. Los libros que se enmarcan en este espíritu son: Escrito a ciegasLa ma­no desasida y La piedra absoluta, escritos en sus años de madurez, en los que percibimos la voz del poeta próximo a lo humano. Y es que Mar­tín Adán ha trascendido la pri­mera acepción —la poesía como absoluto— y profundiza metafísicamente en el devenir del hombre. La piedra, sím­bo­lo del ser, ha reemplazado a la rosa, símbolo de la poesía.
El destino del poeta recorre el mismo camino que el de la poesía. Vo­­cero de la divinidad o vínculo entre Dios y el hombre: “¡Que ser poeta es oír las sumas voces”, se equipara a los heraldos o portavoces de la vo­lun­tad divina; sin embargo, más adelante admitirá su derrota: “Y no al­can­cé al furor de lo divino, / Ni a la simpatía de lo humano”; ambas di­men­siones le han sido negadas y el poeta es, entonces, como en la con­cep­ción platónica, el desterrado de la república, y, como lo hace el propio Martín Adán en su vida personal, se recluye en su ostracismo.


“Poesía se está callada”


La concepción de la poesía como absoluto y el ser inspirado son ras­gos que determinan la filiación romántica de Martín Adán. Y es pre­ci­sa­mente Hölderlin (1770-1843), el poeta romántico alemán, quien, co­mo el vate peruano, poetiza sobre la poesía, concibiéndola como la esen­cia mis­ma de las cosas, como la instauración del ser por medio del lenguaje. Tam­bién para Hölder­lin, luego de su exaltación, la poesía deviene trágica, irredenta, y el poeta un extraño:


Y, ¿para qué poetas en tiempos aciagos?
        Pero son, dices tú, como los sacerdotes

Sagrados del Dios del vino
Que erraban de tierra en tierra            
En la noche sagrada.2

Hölderlin y Martín Adán, poetas de la poesía, son también sus sa­cer­­do­tes. La opción vital de ambos ha sido fundir en un solo acto palabra y vida, con­secuencia que a la postre significó para el autor de Travesía de extramares negar su propia individualidad:
Soy el uno que ya no cree
Ni en el hombre,
Ni en la mujer,
Ni en la casa de un solo piso,
Ni en el panqueque con miel.
De él puede decirse también lo que expresó Martin Heidegger a pro­­­pó­sito del poeta alemán: “... la excesiva claridad lanza al poeta en las tinieblas”.3
Al pretender hacer de la poesía la realidad esencial el poeta se ex­tra­­ña de sí mismo; y esa realidad donde instaura su ser se agota en la au­to­rreferencia, y entonces adviene desencanto, negación.


“Escuchando su propia voz”


Galvano Della Volpe, a propósito del poeta italiano Eugenio Mon­ta­le, señala: “La pérdida de la certeza de lo real y de toda fe, la aridez del puro existir, la misma natu­raleza descompuesta en alusiones inte­lectua­les, irónicas, y consiguientemente, un pathos seco, helado, y al mismo tiem­­­po sutilmente desgarrador, tal es el esquema moral de esta poesía que sufre auténticamente la crisis”.4 Lo mismo puede decirse respecto del sig­ni­fi­cado final de la obra poética de Martín Adán, expresión fidedigna de su ser cre­pus­cu­lar. 


Notas


1. El presente texto está basado en la edición de la poesía de Martín Adán hecha por el Instituto Nacional de Cultura el año 1971. El 2006, la Pon­ti­fi­cia Uni­­ver­sidad Católica del Perú publica la obra poé­ti­ca completa, en prosa y en ver­­so (Edición, prólogo y notas de Ricardo Silva Santisteban). 
2.  Martin Heidegger. Arte y poesía. México: Fondo de Cultura Eco­nó­mica, 1978, p. 148.
3. Ibídem, p. 142.
4. Galvano Della Volpe. Crítica del gusto. Barcelona: Seix Barral, 1966, p. 67.

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* Este artículo fue publicado inicialmente en la revista Marka, año VII, N° 224. Lima, 1 de octubre de 1981, pp. 42-43.


lunes, 9 de octubre de 2023

Un millón de escaleras

                                                    Eugenio Montale




Poema  5

Del brazo tuyo he bajado por lo menos
un millón de escaleras
y ahora que no estás, cada escalón es un vacío.
También así de breve fue nuestro largo viaje.

El mío aún continúa, mas ya no necesito
los trasbordos, los asientos reservados,
las trampas, los oprobios de quien cree
que lo que vemos es la realidad.

He bajado millones de escaleras dándote el brazo
y no porque cuatro ojos puedan ver más que dos.
Contigo las bajé porque sabía que de ambos
las únicas pupilas verdaderas,
aunque muy empañadas eran las tuyas.

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Fuente: Eugenio Montale. Antología. Selección, traducción, prólogo y notas por Horacio Armani. Buenos Aires: Compañía General Fabril Editora, 1971, p. 99.