“La
canción de las figuras”, por José María Eguren*
“Nombrar un objeto es suprimir las tres
cuartas partes de su valor, que consiste en la alegría de adivinar poco a poco;
sujerirlo, he ahí el ideal soñado. El
perfecto empleo de este misterio es lo que constituye el símbolo; evocar poco a
poco un objeto y desprender de él un estado de alma o, inversamente, escoger un
objeto y desprender de él un estado de alma por medio de una serie de
descifraciones”.
Estas
palabras de Mallarmé –quizá las que mejor mejor han definido el simbolismo–
vienen irremediablemente a la memoria cuando de José María Eguren se quiere
tratar. El autor de “Simbólicas” (Lima, 2011) y que ahora ha publicado “La
canción de las figuras”, libro dedicado, con generoso acierto intelectual y
lírico, al “insigne maestro don Manuel González Prada”, es uno de esos
escritores que asustan a la Bestia Policéfala, desconciertan a los diletantis,
encanta a los snobs y preocupan honda y sinceramente a los intelectuales de
buena ley. No es tan fácil opinar de Eguren en la fugacidad de una noticia
bibliográfica. Pero urge indicar que en él se encarna algo que las letras
nacionales no pueden posponer, algo que es luminoso y exótico. Es, ante todo,
un poeta lejano, porque para su acentuada individualidad no puede haber
justicia en este momento en que todos luchamos por el predominio de nuestros
respectivos credos. Caldeada la arena del palenque y excitados los egoísmos y
los rencores, este poeta tan original y complicado no puede ser visto con
ecuánime unción artística. Hasta el hecho, de preclara honradez intelectual, de
dedicar su libro a quien es, pese a todo, porque ése si vive muy lejos de
nuestras rencillas, “insigne maestro” de arte y vida, es, para muchos
renacuajos, alegato de condenación. De todos modos, “Colónida” no dejaría de
publicar un ensayo serio a propósito de Eguren. Uno más, no obstante el
apreciabilísimo que, “Colónida” también publicó, y que fue escrito por Enrique
A. Carrillo, ensayo que sirve de prólogo a “La canción de las figuras”.
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Reseña publicada en Colónida, n.° 4.
Lima, mayo de 1916, p. 34).
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