lunes, 10 de febrero de 2014

Celebración de la poesía: Homenaje a Francisco Bendezú / III. Testimonio de parte

 
 
La Generación del 50: Días de vino y rosas
FRANCISCO BENDEZÚ
 
¿Desde cuándo se empezó a hablar de las ‘generaciones‘ literarias por décadas, y quién fue el primero en hacerlo? El poeta Francisco Bendezú nos lo cuenta en este revelador testimonio, con el que completamos el tríptico en su homenaje. [LACC]
 
El gran poeta y universalmente conocido novelista Manuel Scorza (1) acuñó la expresión “la generación del cincuenta” en un prólogo que escribió para una antología publicada por el INC: Poesía contemporánea del Perú (Lima, 1963). En la explicación y justificación del cognomento escribía Manuel –uno de los más altos exponentes de la generación de que hablaba–: “La ‘generación del cincuenta’ sucede cronológicamente a la ‘generación del treinta’ que hace sus primeras armas en Amauta, bajo el ardiente magisterio de J.C. Mariátegui. Es la generación de los sputniks y del rock, la generación que asiste al derrumbe imperialista de dien Bien Phu y en Argelia a la liberación de los pueblos africanos. En su horizonte esta generación ve dibujarse los rostros llameantes de Lumumba y Fidel Castro, la sonrisa de Marilyn Monroe y los primeros cohetes espaciales. Es la generación que escucha la voz ‘comprometida’ de Sartre y Camus. En su mañana contempló la luz corrompida de la primera bomba atómica pero miró también a Stalingrado. Asistió al derrumbe de la esperanza con España y al martirio de los campos de concentración bajo la cruz gamada”. Estas palabras fueron escritas hace 18 años [el artículo que ahora reproducimos fue publicado el año 1981 (nota del editor del blog)]. Reconocemos fácilmente al fuego verbal y el vigor imprecario e incomparable del autor de Redoble por Rancas. Pero en el ventenio (o casi) transcurrido, nos hemos ido percatando de que hablar de “generación del treinta” es, por decir lo menos, algo exageradillo, demasiado generoso, irreal. No que neguemos la calidad indiscutible en el ámbito de la poesía de los nombres de Martín Adán, Westphalen, Xavier Abril, César Moro, Vicente Azar, Rafael Méndez Dorich, los Peña Barrenechea y L. F. Xammar, entre otros; ni en el de la investigación seria y minuciosa y la crítica literaria los de Alberto Tauro, Ella Dum[n]bar Temple, C. Daniel Valcárcel, A. Tamayo Vargas (poeta y novelista a sus horas) y Estuardo Núñez; ni en la filosofía de Luis Felipe Alarco y José Russo Delgado ni, finalmente, en el periodismo y la cátedra universitaria los del sapiente Jorge Puccinelli y el inimitable y fraternal César Miró (diplomático de gran estilo, además), pero, como suele ocurrir en el espinoso y, yo diría, irresoluble problema de las generaciones, ciertas alineaciones de intelectuales, a modo de campos magnéticos, gravitan hacia las que les precedieron o, en su defecto, hacia las que les continuaron, porque, en definitiva, los del treinta no alcanzaron una suerte de compactibilidad, ciertos rasgos inconfundibles de especificidad, un tal grado de independencia que convierta a estas alineaciones, por así llamarlas, en grupos aparte, realidades fenoménicas intransferibles y como autárquicas. La “generación del treinta”, en contra de la siempre valiosa opinión de mi compañero generacional Manuel Scorza, no existe como ente espiritual autónomo. Cumple, a mi modesto juicio, un digno y honrosísimo papel de puente, [ilegible]gamen o trait d’ unión (lazo de unión) entre la del Centenario o, más propiamente, la generación de la postguerra de la Guerra del 14 (1914-1918) y la “generación del cincuenta” o, más propiamente, la generación de la postguerra de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). La restante gran generación del presente siglo fue la del Novecientos[:] Chocano, Riva Agüero, los hermanos García Calderón entre sus prohombres. El grupo formado por Eguren, Ureta, Yerovi, Valdelomar, Gálvez, V.A. Belaúnde y tantos más que olvido en tributo a la tiranía del espacio y la paciencia de los lectores fue a la del Centenario –Mariátegui, L.A. Sánchez, Alejandro peralta, A. Hidalgo, Juan Parra del Riego, Basadre, Vallejo, Julio C. Tello, haya de la Torre, Luis E. Valcárcel, etc.– lo que la con empaque llaman algunos la “generación del treinta” es a la “generación del cincuenta”, razón y motivo esta última generación de la presente nota. Que no se vea en mi juicio desdén y sí más bien afán didascálico, egregio anhelo de orden, honrada búsqueda de puntos de referencia en una materia no suficientemente estudiada, deslindada diré mejor y, por ahora, sin hitos perentorios y fijos. Yo no soy ajeno al peligro latente a lo tal vez precario y provisional de mi concepción global, a lo arbitrario de mi esquema quizá involuntariamente subjetivo e injusto. Pero, sin una meditada estrategia ¿cómo desbrozar el intrincado camino, calar nuestro ser nacional profundo, nuestra contradictoria e inaprensible idiosincrasia y nuestra compleja identidad? Y conste que, principalmente, me vuelco sobre mis colegas literatos.
Anotaciones personales
En la acertada caracterización de Manuel Scorza sobre la “generación del cincuenta”, que entre nosotros coincide cronológicamente con la generación existencialista de París, quizá por indeliberado cosmopolitismo olvida el gran poeta de esa obra maestra que nunca dejó de ser para mí “Crepúsculo para Ana”, que no solamente el rock fue la música de nuestra gallarda y en su mayoría perseguida y exiliada generación. El tirano de turno, si bien no con las muestras de ferocidad de un Stroessner, Pinochet o Videla, era, como muchos recordarán, el “general de la alegría”, Manuel Apolinario Odría, uno de los más patéticos casos de servilismo al imperialismo extranjero, especialmente el norteamericano. Tomo el hilo: hubo además del rock, o paralelamente al mismo, el mambo de “Cara’e Foca” (Dámaso Pérez Prado), elogiado por Stravinsky, y el cha cha cha de Enrique Jorrín. El bolero por aquellos años estaba en franca retirada. Y no fue solamente la sonrisa de Marilyn la que encantó nuestros a menudo afligidos ojos de refugiados políticos; Rosita Quintana, Ana Bertha Lepe, Silvia Pinal y Ana Luis[a] Peluffo, en todo el esplendor de su hermosura, y a quienes Manuel y yo tuvimos la dicha de conocer personalmente, y quizás Manuel más íntimamente por su larga estada en México, también nos enviaban sus sensuales e inolvidables sonrisas desde el lienzo de plata. ¿Y los esguinces y ondulaciones de las tres irrepetibles “bataclanas” –así las llamábamos– Betty di Roma, Mara y Anakaona (Alejandrina Población [¿?])? Ellas alegraron de vez en cuando nuestras iniciales y juveniles noches de bohemia. ¡Cuántas veces nos acompañó el tempranamente fallecido Fernando Quízpes Asín!, y para quien Manuel escribió su gran poema Réquiem para un gentilhombre (Lima, 1962). Fue también la gran época de la pléyade “camp” de rumberas cubanas, puertorriqueñas y mexicanas: María Antonieta Pons, Meche Barba, Amalia Aguilar, Mary Esquivel, Ninón Sevilla, Rosa Carmina, Kitty de Hoyos, Tongolele y tantas otras más que fueron engullidas por las fauces voraces e insaciables del olvido. Vaya para ellas mi palabra de evocación y homenaje. ¡Qué fácil cercenar tajadas de realidad! Ni Manuel ni yo ni ninguno de mi querida generación –ahora en su cenital instante de lucidez, desengaño y terca esperanza– podríamos asumir conductas protocolarias, ceremoniales, académicas. No olvidamos que el deslumbrante Federico Hegel, el autor de la ardua y escasamente leída Fenomenología del espíritu, le hizo, contra todos los pronósticos y a espaldas de su legítima esposa, un crío a su joven y apetecible doméstica. Y si Hegel fue tan humano, demasiado humano ¿por qué los del 50 habríamos de adoptar una falsa, pacata y despreciable actitud victoriana? Fuimos y somos hombres de carne y hueso, con todos nuestros defectos y contadas virtudes. Somos más peruanos que el ajiaco (o en el caso del gran Julio Ramón Ribeyro, que el ají de gallina). Yo creo que esto lo deben de saber los que nos están sucediendo en la construcción del gran sueño nacional: pan para todos, rosas para todos, como quería el admirable poeta comunista Paul Eluard. Como Apollinaire en su maravilloso poema La jolie rousse (“La linda pelirroja”) tendríamos que gritarles a nuestros hermanos: “No somos vuestros enemigos”. A los del 70 les queda por delante colmar los veinte años que faltan para culminar el siglo. Con los del 60—Toño Cisneros, Marco Martos, César Calvo, Mario Razzeto, Livio Gómez, Reynaldo Naranjo, José Pardo del Arco (Juan Cristóbal), Javier Heraud, Arturo Corcuera, Alfredo Bryce, J. A. Bravo, Hildebrando Pérez Grande, etcétera, siempre hemos guardado una armoniosa relación y pese a lo que ha afirmado recientemente el novelista Carlos Camino Fajardo sobre que los del 60 rompieron verdaderamente con la tradición, yo creo –sin que haya pizca de vilipendio o desestima en mi apreciación– que la crítica futura, ¡basta proyectarse cincuenta años o recordar que entre San Agustín y Santo Tomás media casi un milenio!, los adscribirán irremediablemente a la “generación del cincuenta”. No hay en ello honra o demérito. Sólo prima en mi para nada catastrófico barrunto el sentido común y la experiencia.
La “Generación del Cincuenta” en sí
¿Cuál es la condición sine qua non para pertenecer a la “generación del cincuenta”? No es la edad, si bien todos nacieron después de 1920. Yo sé de tres, además de mí, que vieron la luz en 1928: Manuel Scorza, Leopoldo Chariarse y Juan Gonzalo Rose. No es tampoco el año de publicación del primer libro. Yo, por ejemplo, y no creo ser el único, publiqué mi primera “plaquette”(Arte Menor) en 1960. Eielson, uno de los mayores, en sentido moral, si no el máximo de nuestros poetas (de la “generación del cincuenta”) publicó Reinos en 1944. Fluctuamos, para decirlo de una buena vez, entre los 50 y los 60 años. Hablar de una “generación del cuarenta” es, actualmente, franca y abiertamente extemporáneo. Mario Florián, Julio Garrido Malaver y Gustavo Valcárcel nos pertenecen lo mismo que Sebastián Salazar Bondy y Blanca Varela –una de las tres grandes poetisas del Perú, juntamente con la enigmática Amarilis y la grandiosa y combativa Magda Portal. En cuento y novela hemos alumbrado los nombres de Julio Ramón Ribeyro, Carlos Zavaleta, Carlos Thorne, Oswaldo Reynoso, Paco Carrillo, José Adolph, Manuel Mejía Valera y Luis Loayza. En crítica los de Alberto Escobar, José Miguel Oviedo, Abelardo Oquendo y Mauricio Arriola grande. En sociología y antropología los de Julio Cotler y Aníbal Quijano. En filosofía los de Augusto Salazar Bondy y Víctor Li Carrillo. En historia los de Pablo Macera, Federico Kauffman y Carlos Araníbar. En periodismo los de Arturo Salazar Larraín, Lucho Loli, Hugo Bravo, Juan Zegarra Russo, Alfredo Abarca, Gilberto Escudero, Oscar díaz, pedrito Alvarez del Villar, Raúl Villarán, Guillermo Thorndike, Alfonso Rospigliosi y Guido Monteverde. En economía los de Virgilio Roel, Justo Franco y Carlos Malpica. En derecho los de José Luis Calvo y Wáshington Durán. En poesía la lista es interminable. Conociendo la sensibilidad hiperestésica de los vates, prefiero no mencionarlos para no correr el peligro de omitir involuntariamente a alguno valioso. El Perú es, por excelencia, un país de poetas. Ultimamente el joven e inquieto poeta argentino Manuel Ruano, que acaba de editar una excelente antología: Poesía nueva latinoamericana (Lima, 1981) corroboraba mi opinión, que es, además, la de toda la crítica mundial. Hace 18 años, en el prólogo de Manuel Scorza, mencionado al comienzo, escribía el rápido e imperial Manuel (2): “la poesía es el más hermoso fruto de nuestra literatura”. ¡Qué ojo zahorí! ¿Se ha conocido mayor generosidad? ¡Y, sin embargo, a este hombre del 50 muchos lo niegan, lo opacan, lo ignoran maliciosamente o, sin ningún miramiento mañosamente lo eclipsan sin asistirles ninguna razón valedera! Yo creo que el elemento catalítico de mi a veces innoblemente vapuleada generación es y será la Esperanza (con mayúscula). Estamos satisfechos de no haber dilapidado la herencia de nuestros antecesores culturales. Y lo más importante: ¡es mediodía! ¿Cuánto haremos aún? Que los que nos sigan no vayan a decir nunca que nos mostramos soberbios o mezquinos. Tal como México es tierra de pintores; Brasil, de músicos; Chile, de novelistas e historiadores; Argentina de ensayistas; Colombia, de retóricos; al Perú le cupo en suerte ser tierra de poetas. En Lima y provincias se escribe la mejor poesía actual en lengua española. Los nombres de los autores están en la mente de todos. Tal es la segunda razón por la que no los enumero. ¿O debo iniciar, al dar término a mi artículo, la grave y caudalosa letanía de autores y obras poéticas de la imperecedera “generación del cincuenta”? Yo sé que los lectores de El Caballo Rojo me lo agradecen con un guiño. ¿Por qué no conversamos mejor del cine y sus estrellas legendarias? Eso también es poesía. Y fue también algo que nos engolosinó a los del 50. Que me desmientan Pablo Guevara y Wáshington Delgado. Estoy melancólico, amigos.
Notas
1. “Mira, con la cantidad de enemigos que yo tengo en el perú, podría llenar varias veces el Estadio Nacional, ¿por qué tengo tantos enemigos’, porque yo he llegado a ser yo” (Monos y Monadas N° 199, p. 11) acaba de declarar Manuel a Nico Yerovi. Le recuerdo a mi amigo de juventud que no solamente tiene enemigos. Incluso, con la gran amistad que nos une, me he permitido llamarle “traidor”, porque Manuel es para mí más poeta que novelista. Junta al estentóreo desplante de Hidalgo la valentía auténtica de Chocano, la vital sonrisa de Parra del Riego y el humanísimo temor y angustia metafísica de César Vallejo y Leonidas Yerovi. Ojalá Manuel lea estas líneas, que, como él sabe, no intentan ser un lenitivo a su soledad y viril desengaño sino solamente un puño cerrado de saludo lejano y sincerísimo.
2.  Digo “imperial” porque Manuel desconcertó en París a los gabachos con la mayor perogrullada del mundo: “Más vale rico y sano que pobre y enfermo”. Cuando le retrucaron que tal verdad era obvia, muy suelto de huesos afirmó que tal era el dicho más usado por su pueblo. Los franceses, cartesianos, crédulos y altamente sorprendidos concluyeron por considerar la máxima de marras como una muestra de… ¡sabiduría imperial! Eso me lo contó el propio Manuel. Y le creo. ¡Se ve cada cosa en este mundo!
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De El Caballo Rojo, suplemento dominical del Diario de Marka [1981], pp. 8-9. Pido disculpas por no consignar el número ni la fecha exacta de la publicación, debido a que dichos datos no figuran en el recorte de donde se ha transcrito el artículo.


sábado, 8 de febrero de 2014

Celebración de la poesía: Homenaje a Francisco Bendezú / II. Palabra de poeta


 

Francisco Bendezú:

 “El poema nace en un instante de iluminación”

ENTREVISTA DE SANDRO CHIRI JAIME

 

Vital, apasionado, jocundo, despojado de solemnidad; Paco Bendezú hablaba o escribía sobre cine, jazz, poesía…, pero más que nada sobre la belleza de las muchachas en flor. [LACC]

 

Lecturas iniciales

El primer libro que leí fue El Quijote de la Mancha. Lo leí a temprana edad, tendría por entonces diez u once años. Era una edición que había en casa. Mi padre era administrador del Correo y había adquirido libros para nosotros, que somos tres hermanos. El Quijote me gustó mucho, aunque debo confesar que desconocía  un buen número de palabras. En ese entonces, y como era muchacho, no tenía el suficiente discernimiento para las palabras, pese a que yo me daba cuenta de lo que leía. Entonces opté por consultar el diccionario para esclarecer algunos términos y continuar la lectura. Probablemente ahí esté el origen de mi pasión por los diccionarios. Nuestro idioma es riquísimo. Acabo de leer por ejemplo la novela Pilar Prim, del escritor catalán Narciso Ortel, obra de la cual había oído hablar alguna vez, pero nunca me interesé en ella porque yo sabía que había un general Prim, en España. Para leerla he tenido que consultar cuarenta palabras que yo desconocía a la edad que tengo. Te pongo un ejemplo: la palabra extravasación no la tenía registrada, sin embargo si tú te pones a pensar un instante su significado es lo más fácil del mundo, es lo que está afuera del vaso, cuando derrama: extravasación. ¡Claro que suena como una palabra de la patada! El autor simplemente emite la palabra extravasación, la usa en términos figurados, pero ya “jaqueó” al lector.

Poesía, divino tesoro

Escogí como medio la poesía porque era lo que más me gustaba. En mi juventud el poeta que fue the coup, el detonante de mi vocación poética fue Rubén Darío. Cuando leí Azul de Darío me sentí realmente tocado. Me di cuenta de que ese discurso era lo que me gustaba. Te confieso que yo nunca he escrito un cuento. He escrito centenares de artículos, he escrito algunos ensayos también, pero nunca un cuento ni se me ha ocurrido escribir una novela. Definitivamente, la narrativa de ficción no es mi género pero paradójicamente soy un lector voraz de ella. Tampoco se me ha ocurrido escribir teatro. El teatro me gusta y lo he leído mucho. Yo viví entre 1953 y 1956 en Santiago de Chile, esos años los pasé leyendo en la Biblioteca Nacional o en la Universidad de Chile. En el país sureño fui profesor de dicción de algunos actores y actrices chilenos. La mayoría de ellos hablaba, digamos, a la usanza de su país. Una actriz muy bonita decía, por ejemplo: “Vamos a tomarno tro tragos, pu”. Suena gracioso e incluso a mí me gustaba, pero un actor o una actriz que aspira a realizar un trabajo profesional jamás puede hablar así. Tenía que esforzarme para que mis alumnos actores pronunciaran correctamente: “Vamos a tomarnos tres tragos”.

Un recuerdo para Sebastián

Cada vez que hablo de teatro no puedo dejar de mencionar al flaco Sebastián. No te olvides que yo he sido amigo de Sebastián Salazar Bondy, poeta y hombre de teatro, he sido incluso su confidente, que significa ser más que amigo. Sebastián era todo inocentón y solía pedirme consejo sobre sus asuntos amorosos, yo le dije que no podía aconsejarle nada porque yo era un pelotas. La primera obra teatral de Sebastián, Amor gran laberinto, es la que más me gusta. Para mí es su mejor obra, y que conste que la escribió siendo extremadamente joven. Sebastián era un prodigio de precocidad, era inquietísimo y leía como ninguno, era un tipo que estaba al tanto de todo. Su filosofía se resumía en una expresión que parafraseo al vuelo: “Amar, leer y después morir”.

Soledad y tiempo para la poesía

Para escribir yo necesito estar aislado, sin embargo tú verás que vivo yo acá con mi hermano Andrés, a esto se suma el hecho de que soy el encargado de ver los asuntos relacionados con la herencia familiar, estar al tanto de los trámites, tengo que ver al abogado, al notario, estar atento a lo que sugiere mi hermano Jesús, que es médico y que vive en Trujillo, sacar fotocopias, ir acá, ir allá. Lo que yo quisiera es ganarme un día cien mil dólares y dedicarme a escribir, te prometo que renunciaría a la herencia. Podría recién entonces dedicarme a mi obra poética. Lo que quiero decir es que las cosas domésticas me aplastan. Yo quisiera que este teléfono dejara de sonar, que los protestantes no tocaran mi puerta, que los de la luz eléctrica dejaran de ver el medidor y que los de Sedapal no se apareciesen más. Yo necesito estar solo para escribir. El poeta necesita todo su tiempo. La poesía es un trabajo a full time, la poesía es muy celosa. Si tú le dedicas a otras actividades su tiempo, la poesía se venga de ti y no te da la inspiración, no te ilumina. Parece que la poesía fuese un ente aparte de uno, que ella tomara decisiones por uno.

El nacimiento del poema

Cada poema es una historia de amor. El poema nace en un instante de iluminación. Yo sí creo en la inspiración. Un poema puede nacer del encuentro de dos palabras, de una impresión física o emocional. Por ejemplo, yo salgo a la calle y de repente siento que estoy en una cubierta de un barco, eso me recuerda mi viaje a Italia o a Valparaíso y me dejo llevar por esas ensoñaciones, y ahí, en ese instante, estoy en olor de poesía, estoy apto para escribir un poema. La crítica ha dicho que soy un poeta enjoyado y exquisito, tú sabes muy bien que yo amo la palabra. Ese amor por la palabra viene de los modernistas. Es más, si tú me pides que me autodefina como poeta diría que soy un parnasiano tardío. Quitarle al poeta el amor a la palabra es como quitarle a una mujer el amor a los vestidos. Debo confesarte que jamás en poesía he utilizado lisuras, las descarto radicalmente. El lenguaje cotidiano tampoco me va, el lenguaje coloquial también lo descarto (…).

Modernistas y surrealistas

 En mi poesía paradójicamente se concilian el modernismo, el parnasianismo y el surrealismo. Sin embargo, señalaré que la crítica subraya la huella surrealista en mi obra. Estando yo en el colegio La Recoleta ya había escuchado hablar de los poetas surrealistas, de tal manera que cuando ingresé a la Universidad de San Marcos no me quedó más que leerlos. Lo primero que leí  en la Biblioteca de Letras fue a Breton y a Aragón, luego vinieron los demás. Breton era el papa de ese movimiento. Sería injusto si es que no menciono la poesía de Aragon, que me encanta; es un gran poeta, gran poeta. Confieso que de los modernistas aprendí el amor y el culto a la palabra. Hay términos en mi poesía que provienen de esa cantera, por ejemplo magnolia, sombra, ventana, estatua, silencio, sangre, luz. ¿Óxido? Ah sí, hay un verso que reza “óxido y collares”, pero es una palabra que no utilizo más que dos o tres veces. Como tú verás, por mi naturaleza, por mi idiosincrasia mi poesía rechaza el coloquialismo y las palabras mal sonantes. No hay gracia ninguna gracia en utilizar un carajo, un mierda o un cojudo; no añaden nada. Además, yo estoy educado en una tradición que es la española y la italiana. Sería inconcebible encontrar en la poesía de Quasimodo o de Montale palabras de esa calaña. Estos poetas italianos eran de una sensibilidad exquisita. Yo he sido educado pues en esa escuela. Si nos detenemos en la poesía española tampoco encontraremos esos términos en la obra de Aleixandre, Lorca, Diego, Guillén, Alberti o Salinas; en ninguno de ellos. Por eso, a mí me pueden decir que no soy un hombre superado, perinclitado; correcto, eso no me ofende en absoluto.

¡Ah, las feministas!

Durante un tiempo me achacaron el epíteto de antifeminista. Todo ese embrollo fue una broma tonta. Todo comenzó a raíz de una entrevista que me hizo Carla del Pino, quien confesó en tono de broma que era duquesa, duquesa de Chancay ya que ella es huachana. En ese mismo tono le dije que ahora, con esta cuestión del feminismo, las mujeres se creían lo máximo de lo máximo; cuando todo el mundo sabe que yo adoro a las mujeres, es más, mi poesía habla de ellas. Y el asunto desgraciadamente siguió en un  mar de inexactitudes. Después he leído que suelen dar cursos de fisiología femenina y que todo ese ideario incluso llegó a la poesía de mis exalumnas. Yo no sé  por qué algunas personas creen que eso es poesía. La poesía no tiene por qué ser forzosamente referida a lo fisiológico, a lo orgánico, a lo humoral. De ahí me dijeron que tenía prejuicios y que era rabiosamente antifeminista. Yo no tengo nada de antifeminista, les he dicho; yo las adoro, yo las quiero mucho. Hace poco leía un informe venido de Londres donde se afirmaba que las mujeres son más inteligentes que los hombres, que tienen mayor poder de concentración. Una mujer puede concentrarse durante quince minutos, mientras que un hombre no llega sino a cinco. Al parecer, allá las escuelas son mixtas, en donde las notas de las mujeres cada vez son mejores, mientras que las de los hombres cada vez bajan y bajan. Para evitar problemas han decidido, según el informe que refiero, nuevamente tener clase para alumnos y aulas para alumnas.

Academia Peruana de la Lengua

Hace veinticinco años me sugirieron ingresar a la Academia. Yo no acepté. Así me lo volvieran a pedir, yo no aceptaría. Realmente, no me interesa. Qué me agrega a mí ser académico de la lengua; probablemente tendría que asumir obligaciones, asistir a sesiones que no me interesan. Yo estoy feliz con mi lectura, con mi escritura, viendo algunas películas de televisión que sí me interesan, viendo los partidos de fútbol, por supuesto. Pero después que yo me vaya a crear deberes sería una locura. La Academia me quitaría tiempo para la poesía. Yo sé perfectamente que el poeta tiene que conquistarse su tiempo a patadas; no es que se lo van a conceder, a uno nadie le va a decir: “Oye, tú que eres poeta, que escribes bien, que has producido, que has demostrado que eres un escritor inspirado te voy a consentir que escribas libremente  sin que suene el teléfono todo el día”, por ejemplo. Por eso, muchos de los escritores de los años veinte y treinta se fueron de los Estados Unidos para estar solos en europa. Ezra Pound es el caso más visible. Pound se fue a un pueblito de Italia donde había poquísimos habitantes, o Eliot, o Lawrence, quien fundó una colonia para artistas en México; pero eso también es un disparate porque resulta que cada quien tiene sus costumbres y sus manías. Esa idea de colonia para artistas tampoco va conmigo.

El amor

No puedo revelar nombres de mis amigas porque resulta que ahora están casadas. Aunque no me creas tengo persecuciones de esposos celosos. Un buen día, por ejemplo, recibo una llamada telefónica de un caballero que pregunta por mí y me dice una sarta de cosas que al principio no comprendí. Sucede que la amiga con la que estaba saliendo se casó de la noche a la mañana sin decirme nada. El individuo que me llamaba aquella vez era su esposo y me pedía que no le dedique poemas a su señora y que no me atreviera a llamarla por teléfono. ¿Qué es esto?, digo yo. Así no se arreglan las cosas. ¡Ni siquiera una llamada ni de ella ni de su madre para anticiparme sus decisiones! Yo no soy un lobo feroz ni nada por el estilo. Esas intrigas no me gustan. No me estoy refiriendo a mi musa española Mercedes Ramos Oliveiro, que todo el mundo la conoce por mis poemas, que hace muchísimos años se casó y tiene hijos y hasta nietos. Pero ese es otro asunto.

Estrellas del cine

Creo que el único punto de contacto que existe entre mi poesía y mis artículos dedicados a las estrellas femeninas del cine es el hecho de que ambos han sido extraordinariamente cuidados, revisados, corregidos. He procurado construir piezas de prosa. A veces suelo releer mis artículos, hace unos días revisé el dedicado a Marilyn Monroe y me gustó mucho. Te confieso que si se reunieran todos ellos acompañándolos de buenas fotos saldría un bello libro de más de 250 páginas, pero ningún editor me lo ha propuesto. (…)

De todas una

A todas las artistas les guardo un aprecio enorme, pero la que más me gusta de todas ellas es Louise Brooks. Fue una actriz de los años veinte que falleció de avanzada edad en 1986, si no me equivoco el 8 de diciembre. Ella fue quien encarnó el papel de Lulú en La caja de Pandora. Liz tuvo una belleza atemporal, si tú ves ahora una foto de ella te parecerá una hermosa mujer moderna. Lo que te quiero decir es que no tiene una cara antigua. Su belleza se adelantó a su tiempo ya que tiene una faz de los noventa. Hay otro  asunto que me interesa de ella: su autobiografía. En este libro inteligentísimo, louise se burla de todo Hollywood pero lo hace cuando nadie se atrevía a hacerlo. En realidad, ella detestaba Hollywood. Su filmografía es una de las más difíciles porque ha hecho películas en varios países europeos además de las que hizo en los Estados Unidos. Ella actúa hasta 1944, cuando realiza su última película. Estuvo considerada por Ado Kyrou –crítico japonés experto en asuntos vinculados con el erotismo cinematográfico– como la mujer más bella que ha pasado por el cine. Incluso los poetas surrealistas franceses decían que Louise Brooks era lo máximo, y no es porque lo digan ellos sino porque en realidad fue lo máximo.

[Se obvian los acápites “Made in Perú”, en el que habla de personajes femeninos de la farándula limeña; y “¡Los caballos eran ágiles!”, sobre su afición a la hípica].

Reivindicación de Alberto Ureta

Cuando estuve en Chile deportado, allá por la década del cincuenta, se me ocurrió escribirle una carta al poeta Alberto Ureta, quien por entonces era embajador del Perú en Portugal. Yo  había leído sus poemarios Las tiendas del desierto y El dolor pensativo, sobre todo este último que me había gustado muchísimo. Desde Santiago le envié una carta  de respeto y admiración adjuntándole tres o cuatro poemas míos. Te confieso que le escribí a Lisboa sin ninguna esperanza de que me respondiera. Lo curioso fue que me contestó en términos muy amables y de manera muy digna, elogiaba además los poemas que le había enviado. Hasta ahora guardo su carta. Ureta era una persona de trato muy fino y eso redobló la admiración natural que yo sentía al leer su poesía. Tiempo después, cuando regresé al Perú, hice mi tesis doctoral sobre su obra poética.

Te soy sincero, la poesía de Alberto Ureta me gusta. Yo creo que va a quedar. Si me dan a elegir entre Ureta y Eguren yo me quedo con Ureta y punto. La cuestión del gusto, ¿cómo se explica? Si me dan a oler entre una rosa, una camelia y un clavel yo me quedo con este último. ¿Cómo explicas esa preferencia? ¿Cómo diablos explicas que te gusta más el clavel? Son preguntas sin respuestas categóricas. Si me lo vuelven a preguntar, lo reafirmo en cualquier momento.

Yo tuve un amigo

 Con Mario Vargas Llosa siempre hemos sido amigos, incluso con la tremenda fama que ha tenido y tiene nos llamábamos por teléfono. Nunca se rompió nuestra comunicación hasta que publicó su bendito libro El pez en el agua donde patea el tablero. Ahí despotrica contra todo el mundo, sus razones habrá tenido, pero es injusto con mucha gente. A mí me llama “profesor de la huachafería en la vida y en la obra”; yo digo ¿en qué forma puedo yo ser huachafo en la vida y en la obra? Ser huachafo significa ser inauténtico, aparentar ser de una clase no siéndolo, disimular un gusto por una cosa que en el fondo desagrada o se incomprende, eso es ser huachafo. De Wáshington Delgado dice que era un imitador de Brecht y de Julio Ramón Ribeyro que mendigaba firmas en París para Alan García, lo cual es totalmente falso, todo el mundo sabe que Julio Ramón rechazó el Ministerio de Cultura que le ofreció García. Si hubiera tenido un espíritu servil hubiera aceptado el puesto, pero no lo hizo. Te confieso que hubo una especie de pacto tácito en no contestarle.

De poeta a novelista

Yo fui muy amigo del poeta Manuel Scorza. Un día me llama y me dice que quería leerme unos textos inéditos, pensé que se trataba de poemas pero no fue así. Recorrimos el Parque Central de Miraflores y me dijo: “Te voy a leer la novela con la cual dejo la poesía. La vida me obliga a hacerlo. Con dos matrimonios y tres hijos no hay poesía posible. Tengo que escribir novelas para vivir”. Efectivamente, al poco tiempo publicó Redoble por Rancas. Manuel fue siempre un escritor de un gran empuje. Recuerdo que antes de esa decisión, cuando Scorza era poeta a tiempo completo, le sugerí que cambie un verso que decía algo así como mordedura de oso, le propuse el arcaísmo “brocadura” que es el término exacto para señalar lo mismo. “¡Ah –me dice– brocadura, qué linda palabra. La voy a usar”. Esa es la riqueza del idioma.

Navegar entre palabras

Mi afición por fatigar los diccionarios nace más por mi actividad poética que por mi actividad docente. La riqueza de nuestro idioma es tan grande que hace poco tuve que consultar cuarenta veces el diccionario para leer una novela. Un autor que exige demasiado al lector es el español Gabriel Miró, con él no puedes bajar la guardia. Tienes que detenerte veinte veces en el diccionario para entender una sola de sus páginas; utiliza tal cantidad de regionalismos  españoles que ni te lo imaginas. Los que han llegado al colmo d3e los colmos son los argentinos, conjugan los verbos tal como los pronuncian: “sabés”, “vení”, “decíme”; esto lo hacen incluso en publicaciones serias. Es el colmo.

Matrimonio

Te confieso que yo no me he casado por una razón muy simple: siempre me enamoré de mujeres muy bellas. Las mujeres bellas obligan y exigen. Hay que tener dinero para satisfacer sus necesidades. Yo me he enamorado solo de reinas […]. Yo admiro en la mujer los modales, la decencia, el rostro, el cuerpo, la risa.

[…]

Historia de un poema

“Twilight” se traduce generalmente como crepúsculo, pero no es exactamente crepúsculo. En nuestro medio lo traducen como sunset. Twilight es el momento preciso en que el día se convierte en noche, en que el día ya no es día sino noche, es un instante que ofrece la naturaleza, donde la luz natural como que desaparece. Recuerdo casi textualmente lo que el poeta chileno Pablo Neruda me dijo: “los poemas con nombre extranjero traen suerte”; a él sí le dieron suerte sus poemas con nombre extranjero, por ejemplo “Walking around”, “Farewell”, “Josie Bliss”, entre otros. Creo no mentir si te digo que “Twilight” es un poema que me ha dado muchas alegrías aunque su origen me haya dado una gran tristeza. Este poema parte de una carta que recibí. Mi amiga Mercedes Ramos me envió una misiva después de no haberme escrito un tiempo y me dice: “Querido Paco: cómo estás, qué tal, yo he hecho muchas cosas, entre otras me he casado…”, ¡pucha!, sentí una puñalada. En ese estado de inestabilidad emotiva y de dolor escribí el poema de un tirón.    

   

(La Casa de Cartón, segunda época, N° 12. Lima, invierno de 1997, pp. 2-11).

 

jueves, 6 de febrero de 2014

Celebración de la poesía: Homenaje a Francisco Bendezú / I. Poesía



Rememoro a Francisco Bendezú Prieto (Lima, 16 de julio de 1928 – 16 de febrero del 2004) caminando parsimoniosamente por los corredores del Pabellón de Letras de la Ciudad Universitaria de San Marcos, en las mañanas frías y grises del invierno limeño; enfundado en su gabán, oculto tras sus gafas oscuras y portando un maletín negro. En el aula lo esperábamos sus alumnos, ávidos de escucharlo hablar de poesía italiana, de las muchachas de Roma y del vino de Frascati. ¡Salud, poeta. En tu memoria!

MUCHACHAS DE ROMA

                                                                                         A Giuseppe Ungaretti


Muchachas intensas como vitrinas.
Precarias como lápidas de nieve.
Muchachas como los árboles inmobles del otoño.
Pálidas como espigas. Delgadas como llaves.
Muchachas exangües con cerezas silvestres en la nuca agujereada,
y sombra en los hombros de esmeril, y cepilladuras azules en el pubis.
Muchachas fósiles con espaldas de aire denso o laminado
y sedantes falanges enjoyadas de liquen y sal gema.
Muchachas fértiles
fabricadas de arena bruja y niebla y lacre derretido.
Muchachas delicuescentes como los oblongos escaparates de la Via Due Macelli,
encuadrados por guirnaldas de nostálgico flúor a las siete de la tarde, cuando el crepúsculo trasfunde sangre de mar en los áticos, y por las azoteas, como briznas de gasa pulverizada, silentes bayaderas platican por señas, y lentamente ascienden, fascinadas por el imán vertiginoso de la monotonía, hacia los tiránicos moldes desolados (galaxias, constelaciones)cuyo auxilio impetrarán los yacentes fundibularios de Ostia y los amantes del Trastevere, la Via Flaminia, Piazza Spagna, la Via Appia, Ponte Milvio, Tivoli divino y el luminiscente Gianicolo de mi juventud varada.
Muchachas sonámbulas como vitrinas.
Muchachas comedoras del loto del silencio.
Muchachas desnudas como ventanas.
Muchachas lancinantes como lámparas de desahuciados.
Sus cabelleras: garras de hilo;
sus corazones: palmeras;
sus piernas: pérfidas cucharas,
sus pies: nidos de sortijas licuadas por la luna.
Muchachas solitarias como vitrinas en medio del páramo o las landas
Muchachas lívidas con plumas de alciones en las sienes.
Muchachas con el busto descubierto bañado en plombagina.
Y alondras de oro mudas tras los barrotes ígneos de las costillas.
Muchachas impacientes como relojes fluviales.
Muchachas trémulas como los vagones traslúcidos del viento.
El silencio os impregna de luz las cabelleras
espesas como el vino de Frascati, largas como el Tíber.
Muchachas ignotas como vitrinas.
¡Inminentes como la aurora!


TWILIGHT
                                                                            A Mercedes.
Yo soy el granizo
que entra aullando
por tu pecho desquiciado.
Soy tu boca.
Yo atesoré a ras del sueño,
debajo de las horas,
el latido de tus pasos por el polvo de Santiago,
y tu densa fragancia de magnolia,
y tu lenta cabellera
con perfil de éxtasis o algas,
y el ardor fulmíneo de tus ojos, que de noche,
como naves sobre el mar,
la bruma iluminaban.
Como guijarros de playa,
o nostálgicos boletos entre cintas y violetas olvidados,
enterré en mi corazón la línea de tu frente,
la piedra gastada de tus codos, tus sílabas nocturnas,
el fulgor de tus uñas, tus sonrisas,
la loca luz de tus sienes.
¿No sientes trasminar mi dolor a través de tu cuchara?
Mi memoria quedó tal vez en ti
como las ediciones vespertinas
en las bancas de los parques desahuciadas.
Tu sombra es mi tintero.
Juventud.
¡Juventud mía!
¿Qué tumbos socavaron
la torre más alta de mi vida?
¡No habrá nunca
hilo más puro
                        que tu larga mirada
desde lo alto de las escaleras,
ni lampo de cometa comparable
a la curva nevada de tus dientes!
Cantaba la mañana
en las pálidas cortinas y la hierba.
El tiempo cintilaba en tus vidrieras
como sólo una vez el tiempo parpadea.
Ya no estás entre las flores. Ni volverás
jamás a estarlo. ¿Qué tu amor sino labios
que escrituras en el viento fueron?
¡Yo quiero que me digan
si el amor, como los pájaros,
se va a morir al cielo!
Me acuerdo de una noche de trenzas y peldaños,
y óxido, y collares,
me acuerdo, como ayer, de lo futuro.
¡Quiero acuñar, como el otoño,
medallas en las calles,
o beberme llorando tu ausencia en los teléfonos,
o correr, correr a ciegas por
los tejados de todas las ciudades
hasta perderme para siempre o encontrarte!
¡Otra vuelta estar contigo!
¡Oh día de verano
extraviado en alta mar
como una mariposa!
Contra el flujo incoercible de los años
los días, uno a uno,
absurdamente buscan tu lámpara en las sombras,
no la penumbra, no el espejo de la muerte,
sino el cristal de la esperanza:
tu ventana que sólo está en la Tierra.
¡Aspersiones de ceniza para tu boca cerrada!
Otra vez tengo veinte años, y sonámbulo, y en llanto
a la puerta de tu casa estoy llamando,
al pie de tu reja, como antaño,
bajo la lluvia sin telón ni máscaras ni agua.
¡Oh zumbantes calendarios
que en vano el cierzo,
como a encinas,
deshojara!
¡No me digas que te quise! Te quiero.
Te debía este lamento, y aunque un grito
mi sangre apenas sea,
también te lo debía; un solo interminable

de un corazón en las tinieblas.

De Francisco Bendezú. Cantos. Lima: Ediciones La Rama Florida, 1971, pp. 33-34 y 49-51.