El cuerpo y el deseo. Erotismo y sexualidad*
ÁNGELES MATEO DEL PINO**
La censura social que ha prohibido toda alusión al sexo es la que ha provocado que se establezca una dicotomía del ser humano escindido en cuerpo y alma, creyéndose que en el cuerpo está el origen y asiento de todos los males, mientras que en el alma reside la pureza. Se olvida así que cuerpo y alma se funden en el abrazo de la experiencia erótica que tiene como motor de arranque el deseo. El erotismo, por tanto, se alimenta del deseo –fuerza emergente, activa, radiante, centrífuga, energía expansiva, anota Aldo Pellegrini–, que es lo que hará trascender al individuo más allá de los propios límites de su yo. En este sentido, el acto sexual se presenta como forma de conocimiento, ya que se revela no sólo como recurso válido contra la incomunicación y una manera de vencer la otredad de los demás, sino como el camino que nos permite evadirnos incluso de la angustia existencial, del horror vacui, dirá Lezama Lima.
Esta dimensión metafísica es la que imprime carácter sagrado a lo erótico, puesto que éste lleva implícito una aspiración de eternidad o, por lo menos, una sensación de infinitud, precisa Octavio Paz: "El amor también es una respuesta: por ser tiempo y estar hecho de tiempo, [...] es, simultáneamente, conciencia de la muerte y tentativa por hacer del instante una eternidad". Salir de uno para encontrarse y hasta fundirse con lo otro no es sino una forma desinteresada de amor en el que confluyen cuerpo y alma. De esta manera, el amor sexual se eleva hasta constituirse "experiencia religiosa".
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Así, debemos convenir que el miedo, a veces vértigo, que genera lo erótico radica en su conexión con la sexualidad y, más concretamente con la sexualidad animal. Llegamos, pues, al "escabroso" terreno que establece diferencias entre lo animal, por tanto instintivo, y lo humano, por tanto, cultural. Desde esta perspectiva, el erotismo –mundo al que son ajenos los animales– es ceremonia, rito, representación. El hombre es un animal erótico o, lo que es lo mismo, el erotismo es exclusivamente humano: "sexualidad socializada y transfigurada por la imaginación y la voluntad de los hombres. El erotismo es invención", anota de nuevo Octavio Paz: “En su raíz, el erotismo es sexo, naturaleza; por ser una creación y por sus funciones en la sociedad, es cultura. Uno de los fines del erotismo es domar al sexo e insertarlo en la sociedad. Sin sexo no hay sociedad pues no hay procreación […]”.
Canon y erotismo
Entramos de lleno en la vieja y manida discusión, y no por ello menos actual, que enfrenta, sobre un sistema de categorías duales, a una serie de términos: natura/cultura, cuerpo/alma, instinto/intelecto, civilización/barbarie... Se crea así una lógica de los contrarios, de las oposiciones binarias de valores positivo y negativo, que condiciona nuestra cultura y sirve para explicar las relaciones humanas en el marco de la sociedad.
Ahora bien, si el erotismo es humano y cultural, de nuevo cabe preguntarse, ¿por qué está sometido a reglas o restricciones definidas? Y aún más todavía, ¿quién marca esas prohibiciones? No olvidemos que el erotismo, como apuntábamos con anterioridad, es una actividad cultural, de manera que, como tal, se desarrolla en el marco de una sociedad –en una época y en un lugar–. Si la sociedad cambia también lo hace la cultura y con ambas las prohibiciones y restricciones, lo que demuestra –advierte Georges Bataille– no sólo el sentido arbitrario y cambiante de las prohibiciones, sino que prueba al contrario el profundo sentido que éstas tienen.
Las prohibiciones y tabúes están destinados a regular y controlar –"observar"– el instinto sexual, a domar el sexo –señalaba Octavio Paz– porque ésta es la única manera de fijar unos límites de representación erótica: lo que debe o no representarse en escena –y con esto volvemos al tema de lo que resulta obsceno– es lo que deviene "políticamente correcto o incorrecto". Pero no olvidemos que también la religión marca sus reglas, en este sentido, nos remitimos a Severo Sarduy: “Creando la culpabilidad, la prohibición, la religión repliega la sexualidad hacia la zona de lo secreto, hacia esa zona donde la prohibición da al acto prohibido una claridad opaca, a la vez ‘siniestra y divina’”, claridad lúgubre que es la de "la obscenidad y el crimen" y también la de la religión.
A modo de conclusión
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Quizá tanto silencio y marginación de lo erótico sólo sea consecuencia del miedo: "el hombre es un animal que ante la muerte y ante la unión sexual queda desconcertado, sobrecogido", afirma Georges Bataille.
Pero el miedo también se supera y si el hombre ha sido capaz de articular la muerte y convertirla en materia discursiva, sin que por ello haya sido censurado, ¿por qué no podemos hablar de lo erótico y sexual sin que por ello seamos calificados de obscenos? El miedo no está en las palabras, reside en la mente del que lee y escucha y se escandaliza.
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* Extraído de “La literatura erótica frente al poder / el poder de la literatura erótica”. Cyber Humanitatis 52, 2009. Universidad de Chile.
** Titular de Literatura Hispanoamericana. Facultad de Filología. Universidad de Las Palmas Gran Canaria.